10 de enero: el verdadero Año Nuevo

"Si no hay acto de transmisión de mando, ni un avión surca los aires de madrugada con un tirano adentro huyendo de la justicia; o si el presidente electo González Urrutia aterriza en el patio del Palacio Federal a juramentarse acompañado por Felipe González, y las multitudes en la calle lo celebran, el 10 de enero comienza otro país"

Así como algunos escritores sostenían que Venezuela no entró al siglo XX hasta el año 1936, cuando ocurrió la muerte de Juan Vicente Gómez, podríamos decir hoy —parodiando— que solo el próximo 10 de enero, nuestro país entrará en el año 2025, el día cuando se supone debe ser la investidura (o el desnudo) del nuevo, o del actual, presidente de la República.

Somos, en este momento, al menos en América Latina, el único país donde un gobierno convoca elecciones, con un ventajismo oficial impúdico, es cierto, pero con ancho margen competitivo que permitió su derrota, y luego, a los ojos de todos, se las roba y decide no hacer la transferencia de poder que la Constitución ordena.

Es algo que no habíamos visto en tiempos recientes, en territorios cercanos. No hagamos referencia a Cuba ni a Nicaragua porque allí efectivamente las elecciones son un gesto vacío y la democracia solo un anhelo. Pero pensemos en Argentina, en Estados Unidos, Brasil o Uruguay, cuatro escenarios ideológicos de alternancia política absolutamente diferentes.

Por más sorpresivo que haya sido su triunfo, y por más fuerza tradicional del peronismo como cultura política nacional, los argentinos no tenían duda alguna de que el día fijado por las leyes, Milei asumiría la presidencia de su país sin que nada ni nadie pudiese impedirlo. En los Estados Unidos no debe haber nadie con un mínimo de sensatez que tenga duda alguna de que el próximo 20 de enero, Donald Trump, quien sí intentó impedir la toma de posesión de Biden, será investido como el presidente número 49 de la federación del Norte.

Y, si echamos la película un poco atrás, lo mismo debemos decir de Uruguay, un país donde desde hace décadas izquierda y derecha intercambian gobiernos sin ningún incidente siquiera menor. O de Brasil, donde Lula, izquierda obrera, sin titubeo alguno, le entregó la banda presidencial a Bolsonaro, derecha radical, y Bolsonaro, con algunos titubeos al estilo Trump, trato inútilmente de crear una situación confusa para no hacerlo, pero la institucionalidad del país lo impidió.

En cambio, en Venezuela no es así. Desde la madrugada del 29 de julio, cuando el Consejo Nacional Electoral decidió desconocer los resultados que le daban un contundente triunfo a Edmundo González hasta hoy, a pocos días del esperado 10 de enero, nadie tiene la certeza, como en Argentina, Brasil, Uruguay o Estados Unidos, de que el presidente legítimamente electo tomará posesión de su cargo en la fecha establecida.

Todo lo contrario. Estos han sido poco más de cien días de incertidumbre. Una especie de tiempo congelado. De futuro opaco e impredecible. De pantalla con la imagen congelada. Territorio de las especulaciones y el voluntarismo. Un mundo al revés. Los derrotados electoralmente actúan como vencedores y los vencedores son perseguidos por los derrotados y obligados a irse la clandestinidad o al exilio.

Edmundo González, lo sabemos todos, optó por refugiarse en la embajada de los Países Bajos y luego logró el asilo en España, a donde viajó en un avión oficial del reino ibérico. María Corina Machado, la líder del movimiento opositor triunfante, vive, como los cristianos primitivos, enviando ánimos y líneas políticas desde la protección personal de las catacumbas.

Es un escenario alucinante. El país presencia una competencia estrambótica. Rocambolesca. En esta esquina, un presidente espurio, Nicolás Maduro, histriónico, logorreico, de verbo y gestualidad agresivos, que a los ojos de todos los organismos internacionales respetables ha perdido el apoyo popular, pero está absolutamente preparado y decidido para asumir, no importa a qué costo, su tercer período de gobierno.

En esta otra, el legítimo presidente electo, prudente, casi tímido, con expresiones discretas, quien, sin embargo, anuncia contundentemente que pase lo que pase se presentará en Caracas, nadie sabe aún cómo, quizás tenga una carta bajo la manga, pero insiste en asumir el cargo para el que más de dos terceras partes de los electores venezolanos lo eligió.

Como en los filmes del lejano oeste, los westerns de Hollywood, hay una lucha de “Se busca”. Las oficinas públicas de todo el país han sido empapeladas con avisos que ponen precio a información sobre la cabeza del presidente electo Edmundo por la módica suma de 100 mil dólares. Una oferta que comparada con los 10 millones que Estados Unidos ofrece por la detención de Nicolás Maduro da risa.

Lo cierto es que este final del año 2024 en Venezuela fue una especie de jugarreta macabra. Todos los defensores de la democracia, desde dentro y fuera del país, ante la inminencia de que el 10 de enero ocurra lo peor, hacemos el mayor esfuerzo por mantener la sonrisa y la esperanza de que se reconozca al nuevo presidente electo.

Nos abrazamos a la medianoche del 31 de diciembre, compartimos nuestro plato navideño. Pero a decir verdad, y vuelvo al comienzo de este escrito, no importa lo que realmente suceda, si en la superficie todo sigue igual —si no hay acto de transmisión de mando, ni un avión surca los aires de madrugada con un tirano adentro huyendo de la justicia; o si el presidente electo González Urrutia aterriza en el patio del Palacio Federal a juramentarse acompañado por Felipe González, y las multitudes en la calle lo celebran, el 10 de enero comienza otro país.

Una etapa de transición deseada y pacífica o el camino más cruento de un autoritarismo sin límites que obligará a la resistencia democrática a buscar nuevas formas de activismo político cuidándose las dos mejillas. Y a los demócratas no nos quedará más que: uno, iniciar la reconstrucción del país, o, dos, como dice alguien por ahí, seguir “echándole bola” hasta salir de los bárbaros. Pase lo que pase, el 10 comienza el 2025. Abrazo de año nuevo.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.