Los rostros de Hugo Chávez y Nicolás Maduro pintados en un mural en la avenida Andrés Bello de Caracas. Foto: Adriana Núñez Rabascall

Otro año de hito, para mal

«El año por concluir movió bastante agua hacia la opinión sobre la falta de democracia en Venezuela porque el desenlace de las elecciones presidenciales decidido por la élite gobernante, junto con sus secuelas, hicieron muy difícil negarla»

Una de las discusiones más recurrentes sobre política venezolana a partir de 1999 es qué tipo de gobierno ha tenido el país bajo la hegemonía chavista. A lo largo de más de un cuarto de siglo, el debate ha incluido distintas opiniones especializadas, cuyos autores además han cambiado de parecer varias veces. Tiene sentido, ya que el sistema político venezolano en lo que va de siglo XXI no ha sido inmutable. Por el contrario, ha tenido varias transformaciones. Ello es muy propio de los regímenes no democráticos posteriores a la Guerra Fría, por su relativa poca atadura a rigideces ideológicas. Si lleváramos las tesis existencialistas de Sartre sobre el individuo a un ente colectivo, pudiéramos decir que la esencia de la élite gobernante se ve constantemente modificada por sus propias decisiones, lo cual hace el terreno fértil para la diversidad de opiniones de terceros al respecto.

Sin embargo, hay un aspecto en el que ha habido una tendencia cada vez mayor hacia el consenso. Un consenso sobre el cual muchos escépticos de ayer son ardientes adherentes hoy. A saber, la falta de talante democrático en la élite gobernante, que poco a poco ha pasado de las meras actitudes de sus integrantes a un desmantelamiento de la democracia y el Estado de Derecho en la institucionalidad bajo su control. Hoy es, repito, un cuasi consenso. Me atrevería a decir incluso que si no es un consenso universalmente reconocido como tal, ello se debe a razones artificiales. Las únicas voces que lo ponen en duda o lo niegan sin equívocos están ligadas al aparato de propaganda oficialista, incluyendo a sujetos que integran la “oposición” tolerada desde el poder justamente porque no hace nada por oponerse en realidad.

El año por concluir movió bastante agua hacia la opinión sobre la falta de democracia en Venezuela porque el desenlace de las elecciones presidenciales decidido por la élite gobernante, junto con sus secuelas, hicieron muy difícil negarla. No es la primera vez que eso ocurre. De los 26 últimos años, ha habido varios especiales en tanto que demarcación cronológica de algún hito que resaltó la tendencia y llevó a algunos de quienes la pusieron en duda a admitirla, incluyendo a partidarios del gobierno que así dejaron de ser tales.

Como muestra de lo dañino que ha sido para el país este proceso político, sin duda el primer año de nuestra lista es el primero de la autoproclamada “Revolución Bolivariana” al frente. Todo comenzó con una refundación del Estado mediante el reemplazo de la Constitución, por vías que la Carta Magna entonces vigente no permitía. Siempre he creído que el “pecado original” de la sociedad venezolana en esta etapa de nuestra historia no fue elegir a Hugo Chávez como Presidente (aunque eso, sin duda, fue una muy mala decisión), sino haberle permitido a Chávez hacer lo que quiso con las instituciones. La nueva Constitución aumentó considerablemente los poderes del Ejecutivo, haciéndolos excesivos. Como para simular lo contrario, el oficialismo partió con la división tradicional tripartita de Montesquieu y añadió dos nuevos poderes: el “Ciudadano” y el “Electoral”. Pero al llenarlos rápidamente con acólitos del mandatario, quedó clara la verdadera intención.

Nuestra siguiente parada en el hilo de Cronos es 2004. Fue entonces cuando Chávez pudo comprobar que la cooptación de instituciones descrita en el párrafo anterior cumplió su cometido. Se realizó un referéndum revocatorio contra el mandato de Chávez, en el cual el “No” ganó con un cómodo 59,1% de los votos. Hay quienes desde ese mismo día han denunciado que los números estuvieron amañados. Jamás he visto evidencia de ese señalamiento. No importa, porque hubo otro vicio que se dio a la vista de todos. A saber, que la iniciativa opositora del revocatorio comenzó un año antes, pero el manejo de los requisitos legales fue dilatado por las autoridades respectivas de manera injustificada. Da la casualidad que la popularidad de Chávez estaba en uno de sus peores momentos cuando la oposición comenzó los trámites. Pero para el día del plebiscito, se había recuperado gracias a un gasto público faraónico en políticas públicas de atención a las capas más humildes de la sociedad, las llamadas “misiones”. Voilà. Así Chávez ganó. Ah, y si esto no fuera poco, 2004 fue además el año en el que la élite gobernante dio un giro expreso hacia una forma de socialismo radical, con apetito de control absoluto de la economía y la sociedad así como poca o nula tolerancia a cualquier adversario.

«La elección presidencial del 28 de julio y sus secuelas pudieran estar lanzándonos a una nueva etapa, todavía peor que sus predecesoras»

El giro se volvió más explícito en 2007, cuando Chávez quiso reformar su propia Constitución para plasmar en ella elementos del ideario rojo rojito. Tal fue el peligro percibido entonces, que Raúl Isaías Baduel, el hombre encargado de restaurar a Chávez en el poder en abril de 2002, rompió con él… Lo cual desataría eventualmente terribles represalias que todos conocemos. Luego de haber derrotado por abrumadora mayoría a Manuel Rosales en elecciones presidenciales, Chávez debía creerse imbatible. Se equivocó y creyó que podría sacar del aire a RCTV, el histórico y muy popular canal de televisión sin consecuencias para su causa. De esa forma se puso en marcha el lado censor de la “hegemonía comunicacional”, pésima interpretación de los planteamientos de Gramsci que luego borraría del mapa a tantos periódicos y emisoras de radio por criticar al gobierno o simplemente por reportar informaciones incómodas para Miraflores (proyecto entre cuyos principales impulsores estuvo, por cierto, Andrés Izarra, hoy desterrado y devenido en opositor acérrimo). Pero el cierre de RCTV pudo ser uno de los factores que provocó la derrota electoral de la reforma de Chávez. Varios de sus elementos, no obstante, fueron hechos ley de todas formas por la Asamblea Nacional, desconociendo así la voluntad ciudadana.

Ah, y hablando de desconocer la voluntad ciudadana, miren qué tenemos a continuación. En 2009, Chávez crea un “Gobierno del Distrito Capital” que no es otra cosa que una alcaldía paralela para la ciudad de Caracas. Justo después de que Antonio Ledezma ganó las elecciones a la Alcaldía Metropolitana. Atribuciones y recursos pasaronasí de un ente cuya autoridad era electa por los ciudadanos a otra, cuya autoridad es designada por el Presidente. Muy democrático, ¿no? El esquema será subsiguientemente copiado en futuras elecciones regionales y municipales que el chavismo pierde, mediante figuras como los “protectores” y los “padrinos”.

Los resultados de los cambios narrados hasta ahora constituyeron más o menos un statu quo de régimen híbrido, pasando por la muerte de Chávez y el ascenso de Nicolás Maduro, hasta 2016, cuando ocurrió otra alteración significativa. La oposición de pronto se vio dotada de un poder sin precedentes al ganar una mayoría aplastante en las elecciones parlamentarias del diciembre anterior, en medio del desplome de la popularidad del gobierno por una crisis económica infernal. La reacción oficialista fue llevar el desprecio a la voluntad ciudadana a un nuevo nivel, al anular de facto la Asamblea Nacional y quitarle todas sus funciones, con el pretexto de una denuncia de “fraude” electoral en Amazonas que jamás fue investigada porque no había intención alguna de hacerlo. También, ese año, la oposición quiso llevar a cabo otro intento de revocatorio presidencial. Esta vez la elite gobernante por lo visto consideró que ni siquiera lo hecho en 2004 podía llevar al mismo resultado. Así que, con acusaciones de “trampas” en la presentación de requisitos, la convocatoria a referéndum ni siquiera fue permitida. Alguien pudiera decir que 2017, con la represión de las protestas de entonces y la formación de la llamada Asamblea Nacional Constituyente que nunca redactó una Constitución nueva pero sí fungió de legislatura paralela a la AN en manos de la oposición, debería estar en la lista. Sin embargo, yo creo que aquello fue la manera de imponer desde el poder una decisión tomada en 2016.

Y esa ha sido la faceta del proceso que se mantuvo al menos hasta el presente anno domini horribilis. La elección presidencial del 28 de julio y sus secuelas pudieran estar lanzándonos a una nueva etapa, todavía peor que sus predecesoras. Es lo que indican el aumento estratosférico de detenciones por razones políticas, la batería de leyes aprobadas o por aprobarse con evidente tono draconianamente sancionatorio y unas propuestas de reforma que pondrían el sistema comicial bajo mayor control oficialista y que pudieran vetar del sistema cualquier a oposición real. 

Los fines de año y principios de año son momentos de reflexión sobre lo hecho y planteamientos de nuevas iniciativas. No hay ninguna razón para ello en atención a una posición de la Tierra en su órbita alrededor del Sol. Es tan solo un hábito cultural. La alegoría visual por antonomasia del hábito, y la prueba de su carácter milenario, es la deidad romana Jano, con sus dos caras contrapuestas en una sola cabeza. Una mira hacia el pasado. La otra, hacia el futuro. Todos somos Jano, dios de los nuevos comienzos, por estos días. Digo además que, a las puertas del 10 de enero, todos tenemos lo que pudiera llamarse “ansiedad jánica”. Porque pase lo que pase ese día, a duras penas podemos antes mirar hacia el futuro con claridad. Habrá algo de metafísico en lo que voy a decir, pero un consuelo en la infinita variabilidad de los acontecimientos humanos, la que justamente nos pone ansiosos, es que hay la posibilidad de cambios para bien. Esperemos, entonces, que 2025 sea otro año de hito, pero para bien.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.