Trump y la inteligencia

Se puede ser tan inteligente como inútil y en el caso de las elecciones en EEUU, una campaña basada en tendencias y preocupaciones intelectuales y artísticas, que dejó a un lado la realidad de la calle, no podía triunfar

Donald Trump ganó con el voto inculto y el oculto. El primero lo aportaron los sectores sociales con menor nivel de instrucción. El segundo lo emitieron quienes no son francos al responder las encuestas.

El voto de los intelectuales, universitarios o personas con mayor nivel de instrucción, favoreció a Kamala, artillada durante su campaña por la inteligencia. También influyentes personalidades de la cultura, el arte y los principales medios de información le dieron su apoyo. Cabría esperar un equipo de campaña formado por gente muy docta y entrenada, además de una oferta electoral  concienzudamente planeada.

Sin embargo, el reciente fracaso electoral ha significado un fiasco para la inteligencia estadounidense. Parece oportuno revisar en qué andan las academias, universidades y centros formadores de las élites. Estos resultados también nos recuerdan la condición escurridiza de la realidad, en ocasiones inaccesible para las genialidades. De cualquier modo, siempre estará vigente la premisa del cínico: se puede ser tan inteligente como inútil. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se promociona el ajedrez para desarrollar la inteligencia pero se logra desarrollar la inteligencia para seguir jugando ajedrez.

Francis Fukuyama, de la Universidad de Stanford, y a quien no se le podría descalificar por trumpista, parece tener mejor conexión con la realidad: “El liberalismo woke ha reemplazado las preocupaciones tradicionales por los derechos de la clase trabajadora con una agenda centrada en grupos marginados: minorías raciales, inmigrantes, minorías sexuales y similares”. De acuerdo con el mismo autor, lo anterior se ha traducido en una práctica que utiliza el poder estatal no para asegurar la justicia imparcial, sino para promover resultados sociales específicos favorables a tales grupos.

Muy grave reconocer el uso de la impertérrita justicia primer mundista para fines grupales o corporativos, alejados del viejo ideal de igualdad ante la ley. Inteligencias distanciadas de la realidad explican una campaña electoral basada en reivindicaciones para las minorías, desatendiendo los problemas de las mayorías. De nada sirvió la conseja de Bill Clinton, otro demócrata, quien puso de moda la famosa frase “the economy, stupid”. Y no es que los problemas actuales en Estados Unidos se puedan reducir a la esfera estrictamente económica, pero una cosa es restarles importancia y otra, desconocerlos.

Al tomar la ruta descrita por Fukuyama, (la agenda centrada en grupos marginados), Kamala aseguró la estridencia de la agenda victimista en boga, capaz de conmover a los jóvenes universitarios, pero incomprensible para el ciudadano promedio, atribulado por la inflación y los impuestos. Sin embargo, la victimización siempre deja una recompensa, en este caso en forma de excusa: para los doctos gringos, Kamala perdió por ser mujer… y negra por añadidura. Se trató de una candidatura demasiado avanzada en sus principios y propósitos. Mucho pedir a la negritud que ya internalizó su destino esclavo y un exceso para los votantes latinos, condenados al rezago mental por sus afanes crematísticos.

El marketing político desarrollado por la señora Harris consideró el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo como su bandera más poderosa. De esto se desprende una compleja narrativa en torno a la libertad de las mujeres y su cuerpo. Un tema decisivo a la hora de ir al supermercado, sobre todo si este discurso es refrendado por jóvenes estudiantes de Harvard, Taylord Swift, Beyoncé, Madonna y Jennifer López, entre otras estrellas multimillonarias, apremiadas por sus neveras vacías.

El «efecto» Taylor Swift

La obsecuencia narcisista de este pensamiento, capaz de encapsular la realidad en la fama de una súper estrella, se expresa de modo palmario con el caso Taylor Swift, la actual reina del pop, con más de 200 millones de seguidores en sus redes sociales y una fortuna que excede el billón de dólares. Ya la Universidad de Harvard ofrece el curso «Taylor Swift y su mundo». La profesora Stephanie Burt está a cargo de ese sesudo curso en el cual se estudian “las letras, el impacto cultural y la cultura en torno a los fans de la cantante”.

También en Delaware y PENN University (Pensilvania) dictan clases con Taylor Swift como centro umbilical del saber y la cultura. En la segunda universidad mencionada, las clases son impartidas por la profesora Michele Ramsey de la facultad de Comunicaciones, ciencias y estudios de la mujer. Cabe preguntarse ¿por qué la centralidad de este personaje en importantes focos del saber y en la campaña de la señora Harris?

Cuando la exitosa cantante y empresaria de 34 años anunció su apoyo a la candidata demócrata, los “expertos” en encuestas vaticinaron el movimiento de las manillas del reloj  para marcar la hora decisiva de la derrota del Hitler americano. Si los 200 millones de seguidores de Swift se podían transferir como votantes de Kamala, al mejor estilo María Corina-Edmundo, la victoria démocrata alcanzaría los 300 millones de electores.

Pero lo más importante es que Taylor Swift resume, como en un combo McDonald’s, los contenidos centrales del liberalismo woke: feminismo abortista, apoyo al movimiento LGTBIQ, lucha contra el racismo y claro -¿cómo olvidarlo?- activismo contra el cambio climático. Por supuesto, nada es perfecto. Por eso no faltan los críticos y aguafiestas dispuestos a denunciar  al anti racismo de Swift como un asunto de marketing, mientras que sus preocupaciones ambientalistas son desmentidas por 287 mil kilómetros recorridos en su dos jets privados. Esto la coloca como la principal estrella en el firmamento de las emisiones de efecto invernadero.

La transfusión de vitalidad electoral desde Swift hacia Kamala no ocurrió. Pero eso no impidió  que la inteligencia continuara su campaña enfilada contra los  tarados trumpistas. Olvidaron una regla esencial: lo que no mata, engorda. Debieron abrir centros de estudio sobre el nuevo Hitler en lugar de los cursos sobre la estrella del pop. Quizá esto les habría permitido un contacto asertivo con la realidad, es decir, conocer mejor a la bestia que enfrentaban. Prefirieron quedarse en la superficialidad de la propaganda oscura.

Cualquiera podría creer, a riesgo de pecar por ingenuidad, que en los centros universitarios de la principal potencia del mundo, debería primar el resabio aristotélico según el cual se conocen las cosas por sus causas. En lugar de esto, se viene registrando una clara tendencia hacia la parcialización fanática de algunas causas, como las ya mencionadas, unidas a brotes de antisemitismo y la aceptación acrítica de las premisas sobre el calentamiento global, surgidas de consensos burocráticos emanados de la ONU.

Verdad por consenso no resiste experimento. A pesar de los resultados, las élites acuerdan lo correcto e inapelable para luego desechar como basura a los que refutan. A tal punto llegó la descalificación de los votantes por Trump que una vez conocidos los resultados, la editora en jefe de Scientific American se disculpó por las palabrotas utilizadas para denostarlos.

Y  como el exceso de realidad es tóxico, profesores de Harvard tomaron la decisión de “cancelar clases, posponer entregas y/o cambiar los métodos de evaluación porque los alumnos se sentían mal tras la victoria de Donald Trump”. Otros cancelaron sus clases de los miércoles, hicieron que la asistencia fuera opcional o extendieron los plazos de las tareas». Y después se preguntan por el origen de la generación de cristal.

Decía Juan Nuño que cuando en el norte estornudan en el sur cunde la gripe. Tal vez eso explique la extensión del virus woke en las universidades al sur del río Bravo, desde México a la Argentina. El batiburrillo de la exclusión, la deconstrucción de la Ciencia Heteropatriarcal para impulsar la nueva y verdadera ciencia de la inclusión. Paradójico que en los centros de estudio latinoamericanos, con vocación antimperialista, siempre prestan oídos a las modas científicas llegadas del norte con su carga de colonialismo ideológico.           

Como se ve, si en el norte se forman idiotas universitarios, eso tiene consecuencias para el sur. Pero la peor de las consecuencias nos llega con la burocracia diplomada, tan inteligente como torpe. El que tenga dudas al respecto sólo tiene que recordar a los flamantes funcionarios de los Acuerdos de Barbados. Tan inteligentes y “pilas puestas” que permitieron les sacaran a Alex Saab y los narco sobrinos con la facilidad de quitarle un helado a un niño. Si la enseñanza de la idiotez predomina en las principales universidades del mundo, será poco probable que su  virus no afecte a demócratas y republicanos por igual. La verdadera amenaza para Occidente es la idiotez.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.