Foto: Centro de Historia de Paraguaná

Ser trans en la Paraguaná de 1962

«La modernidad es algo que no se compra. Lo sabrá este país nuestro que tan moderno se creyó y terminó volviendo a vivir situaciones de su más precaria ruralidad»

«Es un marico, es un marico», gritaban los muchachos, persiguiendo al travestido por “la Plaza del Obrero”. La aventura más allá del local nocturno que la contrató le saldría cara a La Viky. La escena transcurría en agosto de 1962 en una calle céntrica de Punto Fijo, en una Paraguaná y una Venezuela que se abrían a los aires de la modernidad luego de diez años de dictadura terminada a principios de 1958, es decir, apenas cuatro años antes. Y cuando digo modernidad trato de ver más allá de «la política de cemento armado» en la región capital. Hablo de una comunidad nacional exigiendo mejores niveles de vida a través del ejercicio libre de la prensa, de las políticas de construcción de vías de comunicación, centros de educación y de salud, electrificación, dotación de agua potable, acceso a la cultura libraria, discusión de temas que involucraran la evolución humana…

En una obra fundamental de la crónica local tradicional, el libro Aquella Paraguaná (Ediciones Adaro, 1971), el capítulo XIII se titula «De recuerdos también vive el hombre». Allí, el periodista Alí Brett Martínez, corresponsal del periódico El Nacional en varias ciudades de Venezuela, nos habla de León Cocinero, «el primer homosexual que conocimos». Relata el mejor cronista de la península que el personaje había nacido en Judibana, donde años después se formaría el campo habitacional de la compañía petrolera Creole y fue criado entre los pueblitos cercanos de Cumujacoa y San Carlos por familias distinguidas. «Era un hombre feo, silencioso que hacía alarde de sus modales femeninos. Usaba pantalones cortos a través de los cuales dejaba ver sus piernas llagosas».

Y enseguida agrega al cuadro: «Dicen que León Cocinero sentía preferencia por los marinos americanos, y los más informados aseguran que acostumbraba esperar a éstos en las inmediaciones del muelle de la Gulf.» Para completar la descripción indicando que: «Este personaje murió a consecuencia de una enfermedad venérea que le infectó los ojos. Se ocupaba de lavarle las ropas íntimas a las mujeres de El Tropezón» (Aquella Paraguaná, 1971: p. 191). El personaje que muestra Brett Martínez debió vivir al final de la década de los cuarenta del siglo XX, cuando el periodista nacido en el pueblos de pescadores de  Carirubana llegaba a los veinte años de edad. La ubicación y destino de León Cocinero es la de todos los rechazados por la sociedad: degradación y muerte. Una sola.

La modernidad es algo que no se compra. Lo sabrá este país nuestro que tan moderno se creyó y terminó volviendo a vivir situaciones de su más precaria ruralidad: bebiendo agua de pozos insalubres, cocinando con leña, alumbrándose con grasa de animales… Lejos estaba la Paraguaná en la cual un grupo de adolescentes perseguía a un travesti para encarnecerse en él, de aquella donde «Susy Tacuato» –especie de Ru Paul criolla- hacía las delicias de los televidentes lugareños, llegando a las discotecas de moda de Punto Fijo en un burro para insinuarse grotescamente a los chicos guapos y señores con vasos de escocés en la mano, frecuentes asistentes de centros de derroche de la bonanza petrolera y la incidencia de la venta de electrodomésticos y licores para todo el país. Es decir, a principios de los dos mil, cuando Paraguaná se convirtió en un espejismo de otorgamiento de divisas llamado Zona Libre de Inversión Turística. La historia que no es un avance continuo. 

Fue en junio de 1968, cuando en revuelta de varios días que tuvo su epicentro en el bar «Stonewall» en el Greenwich Village, de New York, y al grito de «quien esté libre de plumas que lance la primera botella» y «somos los panteras rosadas», comenzaría en el mundo el movimiento de reivindicaciones de los derechos homosexuales. No podían ni La Viky, ni los muchachos de Punto Fijo en 1962 hacer otra cosa: esconderse, disfrazarse, enmascararse, por una parte, y por la otra atacar lo considerado raro, extraño, anormal. Cine que nos ha mostrado Guillermo del Toro. Seis años separaban ambos sucesos. Aquel de la Viky era un acto de liberación y modernidad, precursor y por demás extraño. En Punto Fijo y Nueva York la intolerancia era la misma. 

La Viky se escondía detrás del nombre con el cual la bautizaron sus padres. Hugo Blandino había nacido en Panamá, residía en Maracaibo y firmó contrato para actuar en un local nocturno de aquel Punto Fijo que con 44.935 habitantes comenzaba un proceso de aumento poblacional como eje urbano de enclaves petroleros. Para la época ciudades como Maracaibo contaba con 421.8872 habitantes, Barquisimeto con 198.981 y Valencia con 164.322, de acuerdo al IX Censo de Población y Vivienda de Venezuela de 1961. Allí interpretaba canciones de La Lupe, Toña La Negra, Virginia López y Blanca Rosa Gil. Pronto La Viky se convirtió en la atracción de los concurrentes a aquel sitio y ganó en confianza hasta pretender salir de los muros del recinto. Aquella tarde La Viky se puso una falda oscura abierta a los lados y una camisa de seda floreada, tomó su sombrilla y decidió recorrer el centro del «caserío más grande del mundo». Grave error. 

Ante el bochinche formado por los muchachos en “la Plaza del Obrero”, la policía la detuvo por alterar el orden público, le arrancaron la peluca entre las burlas y risas de los curiosos, debiendo rendir declaración sobre su procedencia y siendo humillada por los ultrajes de los agentes. Los diarios indican que: «lo detuvo la policía municipal después de comprobar hechos salidos de lo moral, incluyendo entre otros casos que el aludido con vestimenta de mujer fungía de fichera y hasta atendía los requerimientos cariñosos de ciertos admiradores, conquistados en la ciudad».  

La Viky solo hacía llorar. Su paseo de la tarde se convirtió en un infierno. La nota de prensa muestra una foto en la cual intenta ocultar su rostro. El reportero también se ensaña ante lo raro. 

El escrito estigmatiza a Blandino, señalando que «causaba repudió general» como «afeminado amoral» y de «actitud depravada»; «era la atracción de un dancing de la ciudad» y se le acusaba también de estafar a los clientes que creyeron se trataba de una hermosa mujer y gastaban «fabulosas sumas», mientras el indiciado «valiéndose de medios persuasivos y a través de ofrecimientos que no podía cumplir» les hacía beber y gastar. Fue retenido por la DIGEPOL en la Comandancia de Carirubana y se le exigió salir de la jurisdicción. 

«Las autoridades, en especial la DIGEPOL, desean poner en claro la inmoralidad aparecida, y entendiendo los informes recogidos parece ser que habrá un castigo ejemplar para el panameño que en vez de cumplir su trabajo específico se convertía en una «mujer» solicitada por muchos dado su trato afable, femenino, objetivo para atraer clientela, apartando las condiciones varoniles».  

Blandino, de 26 años de edad, que también era «sastre», volvería a Maracaibo de donde procedía, y la reseña queda en los diarios como muestra de nuestra humanidad (La Mañana, Coro 16 de agosto de 1962, p. última; Médano, Punto Fijo, 16 de agosto de 1962, p. última).  

Hoy existe en el mundo una amplia discusión y sensibilización sobre las otredades sexuales, sobre el derecho que tiene cada quien a manifestar libremente su ser, actitudes y posiciones frente a su sexualidad diversa del canon tradicional. Es parte de la discusión mundial sobre los Derechos Humanos. Sin embargo, también existen brotes de violencia homofóbicos y de rechazo a esas otredades.

Inocencia no puede haber en la discusión, lo que también debería existir es mayor información, respeto y sensibilidad hacia aquello que consideramos radicalmente ajeno. Tratar de entender la pluralidad de lo humano. Cuestionar activamente nuestras interacciones con grupos marginados por nuestra sociedad. Revisar nuestras relaciones con la alteridad. Entender que pertenecemos a una sociedad que nos marcó e impuso narrativas de la sexualidad. Comunidades de pertenencia que nos pautaron por normas religiosas e ideológicas, pero que existen otras realidades más allá de nosotros. El difícil camino de la armonía y de la paz, de diálogo y entendimiento. 

En la historia también lo que determinados espacios sociales establecieron como «normal», que no puede entenderse como dogma. Los mecanismos que mueven nuestra sociedad asignaron un juego de roles entre lo masculino y lo femenino que la propia dinámica contemporánea cuestiona. 

Como todo, las posiciones de los individuos -y en este caso la aceptación de la homosexualidad y de las otredades sexuales en general- son desiguales según la ubicación que se ocupe respecto del capital económico y el capital cultural. Es decir, como decía un poeta camionero amigo mío: «El homosexual con plata es gay, el que no tiene plata es un pobre marico». Hipocresía, fingimiento, doble moral que muchas veces sobra al tratar este tema.

Una discusión para entendernos en el complejo mundo que habitamos. Una de las tantas discusiones que necesita dar un país que quiere ser moderno en medio de su fracaso y su calamidad. 

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.