El aislamiento como castigo colectivo
«Madrid se ha vuelto un nuevo Miami en cuanto al anclaje de fortunas de latinoamericanos adinerados. Los venezolanos con ese poder de compra no aspiran a menos»
Quizá más por el cine y la televisión hollywoodienses que por cualquier conocimiento de nuestras propias leyes penales sabemos que existe algo llamado “confinamiento solitario”. Sabemos que consiste en encerrar a un prisionero en un sitio apartado de una cárcel, sin contacto alguno con otros reos ni con el personal a cargo del recinto, más allá de la provisión de alimentos. Un castigo adicional dentro del castigo que ya es la prisión. Imaginen eso, pero a escala nacional. Un país al que se le impone la desconexión con el resto del planeta. Naturalmente, suena terrible. En un mundo globalizado y donde el movimiento internacional es más económico y técnicamente fácil que en cualquier otra época, no poder hacerlo por decisión ajena es un castigo, ni más ni menos. No en balde lo asociamos con Estados autoritarios como Cuba o Corea del Norte.
Pues bien, Venezuela en el último lustro se ha acercado a tal realidad. Nunca la ha abrazado del todo porque, a diferencia de los casos concretos referidos, la élite gobernante local no tiene una ideología inflexible con pretensiones de utopía autárquica que rechaza el resto del mundo por perverso. Su credo es un producto de la posmodernidad y al igual que esta, diría Zygmunt Bauman, es líquido. Inconsistente. Se adapta más a las necesidades ad hoc de la élite. En todos sus aspectos, incluyendo la conexión del país con el resto del planeta. Entonces, si en algún momento los jerarcas consideran que les conviene cerrar puertas y ventanas, lo harán. Si al poco tiempo consideran que les conviene abrirlas, lo harán.
Por eso en estos cinco, casi seis años hemos visto gran intermitencia entre apertura y cierre. Justo después de las elecciones del 28 de julio hubo un movimiento fuerte hacia el polo restrictivo, mediante la ruptura de relaciones diplomáticas con varios Estados latinoamericanos, incluyendo a varios que suponían fuentes importantes de la ya muy reducida conectividad aérea entre Venezuela y el resto del mundo. En menos de dos meses, Venezuela perdió 54% de dicha conectividad, de acuerdo con la Asociación de Líneas Aéreas de Venezuela. Ahora también están en entredicho las relaciones con España. Si con la ex metrópoli también hubiera una ruptura, el país se aislaría incluso más, pues Madrid es el principal vínculo aeronáutico con Europa. Tiene perfecto sentido, entonces, que la posibilidad erizara los pelos a no pocos venezolanos. ¿Sucederá?
Para aproximarnos mejor a la pregunta, debemos entender cuáles son las consideraciones que hace la élite gobernante cuando pasa de la apertura al cierre y viceversa. El aislamiento no es más que una herramienta suya para presionar a favor de sus intereses. Intereses que podemos resumir en garantías de que no habrá obstáculos ni cuestionamientos a su permanencia en el poder, ni a los negocios y privilegios derivados. En tal sentido, el aislamiento tiene dos poblaciones en la mira.
La primera es el cosmos de actores extranjeros que tienen algún interés en territorio venezolano. Eso incluye a Estados que tengan intereses o aspiraciones geopolíticas o de intercambio comercial con respecto a Venezuela, pero en realidad su principal componente son empresas que han invertido capital cuantioso en el país o desean hacerlo. A esas empresas les importa poco o nada la situación política del país, siempre y cuando juzguen que pueden tener ganancias. Por lo tanto, van a hacer lobbying ante los gobiernos de sus respectivos países para que no comprometan sus proyectos en Venezuela irritando a un chavismo que pudiera ordenar el corte de relaciones como represalia. En Miraflores, la Casa Amarilla y el Capitolio entienden esto muy bien y lo aprovechan.
La segunda población objeto somos nosotros, el pleno de la ciudadanía común dentro y fuera de Venezuela. Otra cosa que la élite gobernante sabe muy bien es que no nos gusta para nada la imposibilidad o dificultad extrema de viajar fuera del país o de volver al mismo. No me refiero solamente a la típica experiencia turística de uno tomarse fotos con la pirámide del Louvre y lucirlas de inmediato en Instagram, o de ir de compras en la Lincoln Road de Miami Beach. Me refiero a una necesidad tan emocionalmente apremiante como la de salir temporalmente del país para tener contacto con un progenitor, hermano o hijo que decidió probar suerte en otras latitudes. Lo mismo vale para aquellos que hoy están en Barcelona o Buenos Aires y quisieran pasar unos días en Caracas o Maracaibo con su familia que aquí permanece. El mismísimo deseo de emigrar, que seguirá latente en millones de venezolanos mientras no se produzca un cambio político, es aliciente para que todo el mundo quiera que en Maiquetía haya vuelos.
Todo esto constituye el “confinamiento solitario” de una población a la que antes aludí analógicamente. Si bien, en su concepto de biopoder, Foucault tenía en mente el control disciplinario sobre poblaciones entendidas como conjuntos de cuerpos humanos con fines sobre todo productivos (y reproductivos), no creo que sería pecado aplicarlo a nuestro presente caso de estudio. La cárcel es, después de todo, la gran metáfora foucaultiana para el ejercicio sutil del poder.
Así, si la oposición favorece la presión internacional sobre la élite gobernante para que acepte una transición negociada que pondría fin a su hegemonía exclusiva, esta puede responder con rupturas de relaciones y el temido aislamiento resultante. En la medida en que pase el tiempo sin que la dirigencia opositora logre sus objetivos, aumentará la posibilidad de que la base, agotada por el aislamiento punitivo, clame por el retiro de la presión internacional, con la advertencia al liderazgo de que lo repudiará si no se pliega al clamor y con la expectativa de que, tan pronto como se cumpla, volverán los servicios consulares y los aviones. Hay precedentes. Caracas reanudó relaciones diplomáticas con Bogotá tan pronto como llegó a Colombia un gobierno que no quiso continuar con la política de presión de su predecesor. Vemos otra vez el paso entre apertura y cierre según el chavismo lo crea conveniente.
Volvamos a la coyuntura con España. De momento, lo que hay es un proyecto de resolución en la Asamblea Nacional que “insta” al gobierno venezolano a romper relaciones con Madrid. No hubo semejante paso previo en el corte con vecinos continentales poco después del 28 de julio. El cese fue inmediato porque, a diferencia de España, esas naciones reconocieron en distinto grado el reclamo opositor sobre el resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral. La mismísima Cancillería indicó al embajador de España que esa sería la línea roja que su representado no debe cruzar.
Mientras el gobierno español no lo haga, no veo qué beneficio para el chavismo haya en romper relaciones. Después de todo, hay mucho dinero en juego. Mucho más que el que se pierde por el corte de relaciones con Perú o Uruguay. Y eso es algo que sin duda Miraflores sopesa en su balance de costos y beneficios que decide el futuro del vínculo bilateral. Empresas españolas de peso tienen grandes inversiones en Venezuela: BBVA (Banco Provincial), Telefónica (Movistar), etc. Otras las tienen más modestas pero seguimos hablando de actores influyentes, como es el caso de Inditex con el reciente y por ahora limitado regreso de Zara. Su presencia en Venezuela favorece la imagen que el chavismo ha querido transmitir de una nueva etapa suya, mucho más amigable a la inversión privada.
Ni hablar de los negocios que el propio Estado venezolano mantiene con capitales españoles, empezando por la petrolera Repsol. Aunque en menor escala que las de la estadounidense Chevron, esas inversiones han contribuido con la pequeña recuperación del bombeo de crudo nacional, luego de años de caída en picada. Una nota reciente de la agencia AP menciona que “según cifras estimadas por operadores petroleros independientes, Petroquiriquire [empresa mixta propiedad de Pdvsa y Repsol] produce en la actualidad unos 20.000 barriles de petróleo diarios y 40 millones de pies cúbicos de gas”. Es evidente que a la élite gobernante no le gustaría que todo eso se esfumara. De ahí que, mientras Jorge Rodríguez se erige como vocero de la posible ruptura con España, Delcy Rodríguez se reúne con ejecutivos de Repsol para fortalecer proyectos conjuntos.
Por último, no podemos pasar por alto que Madrid tiene… Algo especial que atrae a tanto miembro de las altas esferas del poder en Venezuela. Exfuncionarios y empresarios consentidos del gobierno que compran inmuebles en las zonas más lujosas de la ciudad, como Salamanca y Chamberí, lo cual ha sido extensamente documentado por el periodismo de investigación venezolano y español. Madrid se ha vuelto un nuevo Miami en cuanto al anclaje de fortunas de latinoamericanos adinerados. Los venezolanos con ese poder de compra no aspiran a menos, con el estímulo adicional de que la aridez castellana luce más atractiva que la humedad del sur de Florida debido a la mayor severidad de las autoridades norteamericanas. Sonará banal, pero las motivaciones del ejercicio ilimitado del poder a menudo son banales.
Recapitulando, veo muy poco probable una ruptura con España mientras el gobierno de Pedro Sánchez no cruce la línea roja señalada por la Cancillería venezolana. Incluso si la cruzara, por todo lo relatado en este artículo, quizá la ruptura no sea tan extrema como sus impulsores adelantan. No tenemos embajada estadounidense desde 2019, pero ello no impide que los negocios con Chevron sigan. De todas formas, la mera advertencia de ruptura ha sido una buena oportunidad para ponerle el ojo a cómo funciona otra herramienta del poder en Venezuela: el aislamiento como castigo cole