Memorias de un país libre llamado Venezuela

«Una tierra donde la producción petrolera era una fuerza vital y los brazos estaban abiertos para quienes llegaban por millares desde distintos lugares de Europa a los puertos de La Guaira y Puerto Cabello»

“Venezuela en el corazón” es el título de una crónica de Juan Cruz, escritor, periodista y editor español de origen canario, publicada, casualmente, el 5 de julio de 2024, en el diario Clarín de Buenos Aires.

En este texto —una declaración de afecto, agradecimiento y esperanza por nuestro país— Juan Cruz ratifica lo que significó para varias generaciones de canarios, en las décadas intermedias del siglo XX, encontrar en Venezuela una segunda oportunidad que incluía, entre otras cosas, salir de la pobreza y arribar a un lugar donde la modernidad era una fiesta compartida con los inmigrantes que se aventuraban a aquel lugar del otro lado del Atlántico. Una tierra donde la producción petrolera era una fuerza vital y los brazos estaban abiertos para quienes llegaban por millares desde distintos lugares de Europa a los puertos de La Guaira y Puerto Cabello.

El artículo lo escribe Juan Cruz semanas después de haber participado en el foro Voces por la Democracia en Venezuela, una mirada sobre las elecciones presidenciales, el pasado 2 de julio, realizado en la Fundación Ortega-Marañón, en Madrid, donde tuve la oportunidad de escuchar su intervención, que junto a la del mexicano Ricardo Cayuela nos ofrecieron una visión amorosa, y a la vez lúcidamente comprometida, sobre el país suramericano que ambos conocen y valoran con entusiasmo.

Cruz se dedicó a recordar, tanto en el foro como en el artículo, lo que significaba para los canarios —sus tíos, vecinos, primos lejanos— la posibilidad de irse a Venezuela como una gran esperanza. Pero subrayó también cómo ahora es a los venezolanos a quienes nos ha tocado huir de la pobreza y la opresión política buscando una segunda oportunidad, incluso en las mismas Canarias.

Al final del artículo resume su sentimiento de una manera que podríamos llamar fraternalmente solidaria: “Venezuela necesita un abrazo, miles de abrazos y, sobre todo, necesita ser, otra vez, el país de la esperanza, aquel que nos vino a los canarios cuando nosotros dábamos las gracias a Venezuela por ayudarnos a sobrevivir la miseria”.

Por estos últimos meses, cuando Venezuela está en el tapete de la opinión pública internacional, entre otras razones por la situación crítica que ha generado el arrebatón de las elecciones por parte del régimen militarista, me ha dado por recordar cómo otros grandes escritores, desde tiempo atrás, han expresado sin eufemismos su afecto, su gratitud y, agregaría, sus alegres recuerdos por nuestro hoy castigado y adolorido país.

También añadiría cómo, en los tiempos recientes, columnistas, diplomáticos y políticos, organismos y oenegés internacionales defensoras de los derechos humanos, se han dedicado con pasión a expresar solidaridad hacia nuestra democracia. Lo que se ha convertido en un contagioso sentimiento que nos apoya, nos alienta y nos ayuda a sentirnos menos solos en estos tiempos de infortunio, represión y oscuridad.

Recuerdo aquella frase de Gabriel García Márquez, cuando le tocó vivir en Caracas, en 1958, referida a la caída y huida a República Dominicana del dictador Marcos Evangelista Pérez Jiménez. El legendario autor de Cien años de soledad escribió posteriormente, en 1982: “Porque Venezuela fue por poco tiempo, pero de un modo inolvidable en mi vida, el país más libre del mundo, y yo fui un hombre feliz, tal vez, porque nunca más desde entonces me volvieron a ocurrir tantas cosas definitivas”.

Antes, cuando recibió el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, García Márquez ofreció un discurso en el que quedó clara otra fase de su relación con Caracas y Venezuela: la red de buenos amigos que había tejido durante su estancia a finales de la década de 1950 como reportero de prensa. Dijo, sin grandilocuencia, que había aceptado aquel premio solo “por un acto de cariño y solidaridad con mis amigos de Venezuela, amigos y generosos, cojonudos y mamadores de gallo hasta la muerte”. “Por ellos he venido”, concluyó.

Isabel Allende, la autora de La casa de los espíritus, quien también vivió en Caracas, por trece años, en tiempos del exilio posterior al golpe de Pinochet, escribió en un artículo del 2004: “Le debo a Venezuela el color, esa magia, el humor… todo eso que tiene y que lo he tratado de incorporar a mi literatura y a mi vida”. Y luego agregó, “mi hijo se casó con una venezolana, allí nacieron mis nietos, allí vive mi hermano y mis mejores amigos también”.

Ahora que el tema político, la existencia de uno de los regímenes más crueles de nuestra historia, y el golpe de Estado electoral que se acaba de cometer, nos hace noticia permanente, su prima del mismo nombre, Isabel Allende Bussi, hija del expresidente Salvador Allende, acaba de declarar a la televisión chilena, sin ambages, que “Maduro no ganó las elecciones, su gobierno es una dictadura y Maduro un dictador”. Y ante la pregunta sobre las citas frecuentes que el dictador venezolano hace sobre su padre, la senadora, sobria y ecuánime, respondió: “Pretender comparar lo que mi padre quería hacer en Chile con lo que Maduro hace en Venezuela es inaceptable. El socialismo que quería mi padre no tiene ninguna comparación con lo que se ha implantado en Venezuela… un sistema totalitario que a mí no me representa y a mi padre tampoco”.

Asimismo, la solidaridad de otros países y gobiernos como los de Estados Unidos, Canadá, Ecuador, Perú, Costa Rica, Chile, Paraguay, entre otros, y las espléndidas y emotivas intervenciones del embajador de Uruguay en la OEA, Washington Abdala, o la firme posición de líderes de izquierda como el presidente Boric o el expresidente Pepe Mujica que, aun siendo afines en su ideología de izquierda, desde hace meses vienen denunciando con claridad imperturbable la violación de los derechos humanos en nuestro país, nos hace sentir más acompañados y más demócratas.

En Colombia, la solidaridad con Venezuela también es intensa. Desde hace meses, los columnistas que denuncian al régimen y le exigen a Petro que fije posiciones firmes frente a la dictadura; la participación de colombianos, portando sus banderas nacionales, en los actos públicos de protesta contra lo que unos llaman fraude electoral y otros, golpe de Estado; el número de programas de radio y televisón, o en las redes sociales, que hacen del tema de la opresión en Venezuela una causa común para visibilizar nuestra catástrofe; y el reconocimiento y la celebración del liderazgo de María Corina Machado; es una actitud, por decir lo menos, también contagiosa.

En su columna titulada “María Corina como maestra”, publicada en El Tiempo, el 19 de agosto, Viviane Morales, exsenadora y exfiscal General de la República, resalta dos detalles de la actitud de la hoy mundialmente prestigiosa dirigente venezolana. Reivindica entre sus enseñanzas, primero, “el llamado a reincorporar el sentido espiritual y moral en la acción política”. Y en segundo lugar, su capacidad para echar por el suelo la idea de que hay que polarizar para ganar elecciones. Por el contrario, concluye la autora, Machado logró reivindicar el sentido de la unidad y de la solidaridad como ejes de restauración de la nación venezolana “…con su convocatoria a la sociedad de que recupere y se adueñe de nuevo de la política como escenario en el cual debe retomar en sus manos la construcción de su historia”.

A los autores del fraude, que es un golpe de Estado, a la tiranía militarista, los acompañan el perseguidor de Nicaragua, la anacronía totalitaria de Cuba comunista, la teocracia medieval iraní, el estatismo capitalista salvaje de China, el poderío genocida de Putin, la dictadura maquillada de Erdogan, la crueldad paranormal de Corea el Norte y la ambigüedad logorreica de López Obrador. 

A los ganadores de las elecciones, guiados por Edmundo González Urrutia y María Corina Machado, nos acompañan el afecto, la solidaridad y los buenos recuerdos de grandes escritores, líderes y países democráticos. No es poca cosa. Tiene razón Juan Cruz. Venezuela y sus valores libertarios siguen en el corazón de los iberoamericanos de bien. Nosotros los venezolanos lo agradecemos.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.