Si yo pudiera votar el domingo

Las elecciones presidencias del próximo 28 de julio mantienen en vilo a todo un pueblo, incluso tal vez también a los países fronterizos, cuyos dirigentes máximos podrían temer una nueva estampida de venezolanos. Es hora de hacer un balance, justo bajo estas circunstancias: ¿con cuál hecho relacionaría usted todos estos años, desde que Hugo Chávez asumió el poder en 1999? Ese hecho debe resumirse en una palabra. Y si de palabras se trata, nada mejor que aludir al poeta Luis Alberto Crespo, quien acaba de aportar en las redes ese fonema tan caluroso: fervor. Qué hermoso, ¿verdad?

Si yo pudiera votar el domingo 28, votaría por Maritza Ron. Por ella. Es decir, en la práctica votaría por Edmundo González Urrutia, pero realmente lo estaría haciendo por la memoria de Maritza, la vecina del cuarto de Residencias Manaure. Era una buena persona, la más inocente que pueda concebirse. La asesinó el chavismo.

Cada venezolano, viva dentro o fuera del país, lleva un muerto por dentro a causa del chavismo, de las políticas tácitas que implantó a través de operadores como Bernal, Ameliach o Padrino López. Unos individuos llamados John Jiménez, Pedro Ramos Poche y Henry José Parra, tres pistoleros al servicio del régimen, no han pagado (no totalmente, al menos) su crimen del 16 de agosto de 2004 ―después del referendo revocatorio― en la plaza Altamira. Fue un asesinato en grado de complicidad co-respectiva, como se dice legalmente: no importa quién de los tres accionara el gatillo financiado por el Estado venezolano.

El voto del domingo 28 es el único acto de justicia a mano.

Si yo pudiera votar el domingo 28 lo haría en nombre de Ramón Torregrosa, el viudo de Maritza Ron que murió buscando justicia a través del abogado español Baltasar Garzón (por entonces muy poca gente sabía que Garzón era un sinvergüenza). Entrevisté varias veces a Torregrosa, no tenía sino que bajar un piso en Residencias Manaure, en la avenida Del Ávila frente a la Renault y la tienda de muebles Rattan. Allí me contó su tragedia y me mostró fotos. Se encontraba de vacaciones en Alicante cuando unos vecinos llegaron para anunciarle lo que acababan de ver por televisión. Tuvo que esperar al día siguiente para que Iberia lo llevara a Maiquetía y ya era tarde.

En una habitación del apartamento de los Torregrosa-Ron en Residencias Manaure todavía guardaba la camilla donde Maritza aplicaba sus masajes faciales. A eso se había dedicado, a la cosmetología. Así que el chavismo también tiene entre sus víctimas, cómo no, a una cosmetóloga. Como para no dejar profesión u oficio por fuera. Torregrosa me contó, dos años después del suceso, sobre sus visitas a La Guairita casi todos los sábados. Allí había comprado cuarenta años atrás dos parcelas de dos puestos cada una por 82 mil bolívares. Creía que la primera bóveda se abriría para él, el más viejo de la pareja (ambos se habían unido en segundas nupcias, habían tenido matrimonios anteriores). Y me dijo: «Fíjate que fue una suerte. Menos mal que conservaba los documentos en una caja fuerte en el taller».

Se refería al taller de carpintería con el cual había hecho, durante años, trabajos de envergadura para casas y edificios, entre ellos el propio Manaure. En el suelo de la plaza Francia o Altamira −esquina frente al Hotel Palace o como se llamara entonces― hubo durante mucho tiempo una inscripción de su puño y letra junto a una fotografía de Maritza Ron: «Aquí me mataron el 16-08-04 los pistoleros»,dentro del croquis de un cuerpo tendido, como los que suele marcar la policía con tiza para efectos de planimetría. En la papelera cercana, una de esas grandes y de cemento que antes había en ciertos sitios de Caracas, Torregrosa pegaba con metódica tozudez  recortes de El Universal con titulares relativos a la justicia y frases escritas por él como «Venceréis pero no convenceréis», la de Unamuno en la Universidad de Salamanca frente a un general franquista en tiempos de la Guerra Civil. Torregrosa ponía recortes y letreros pero  alguien los rasgaba o desprendía; entonces él volvía y renovaba esta especie de altar de la protesta.

Me contaba, además, que todos los días rezaba a la virgen instalada frente al obelisco; al menos una vez al mes, misa por ella en Santa Eduvigis. Por otra parte, a menudo visitaba el cementerio. Hay una terraza al fondo de La Guairita, en su parte más alta. Se consigue fácilmente la placa de la parcela 62 de la sección 25, frente al segundo chorro de agua. Ramón Torregrosa sabía indicar el camino con suma propiedad. No hay epitafio; sólo fechas y la inscripción «Recuerdo de su esposo, hijos y familiares».

Una de las últimas veces que vi a este noble viudo, en septiembre de 2010, recién había llegado de España. Había estado tres meses instando al juez Garzón, del juzgado central de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional ―por entonces aún no había sido defenestrado―, para que se hiciera cargo del caso. Esto lo estaba haciendo a través de un abogado venezolano radicado en Madrid, William Cárdenas. Sabía que si Garzón le ponía interés y voluntad, era probable que el llegara a la Corte Internacional de La Haya.

Pero no le puso interés, seguramente ya para ese momento Garzón tendría preocupaciones más acuciantes.

«Ese señor ha invertido lo que le queda de voluntad en perpetuar la memoria de Maritza», me dijo Katy, la hermana menor de víctima, propietaria de la floristería del mismo nombre que queda o quedaba casi llegando a la esquina de las avenidas Del Ávila y Francisco de Miranda, después del Hotel Montserrat. Maritza ayudaba a Katy en los menesteres del negocio. «Estoy segura de que ellos no venían a matarla, sino a quien se les atravesara en su camino», agregó Katy refiriéndose a los motorizados. Claro, no era nada contra Maritza. El problema fue uno solo: estar allí, existir. Oponerse al resultado del revocatorio. Se les atravesó la señora.

El balazo le entró por el abdomen destrozándole, de parte a parte, bazo, hígado e intestinos. Katy estaba al lado de su hermana al momento del suceso. Habían estado comiendo juntas en su apartamento de Los Palos Grandes, escuchando los resultados del revocatorio. «Cuando vimos que todos los votos salieron lo contrario de la realidad, nos pusimos muy molestas». Y se fueron a manifestar.

−Había sobre todo señoras que nosotras conocíamos, de por allí mismo… Hasta del mismo edificio donde yo vivo.

Katy y Maritza se pusieron en plena calzada, en la intersección, con los periodistas. Ella acababa de venir de México (es o era una autoridad continental en el gremio de los comerciantes de flores) y conversaba con un reportero mexicano. Maritza, en segunda fila detrás de su hermana, se agarró de su hombro. Llegó un motorizado y avisó:

−Ahí vienen los chavistas.

Pasaron pocos segundos y de repente alguien gritó que se protegieran en la plaza. Maritza corrió hacia el pipote de la basura, al lado del poste que sostiene el semáforo. Katy me explicó:

«Esos pipotes tienen como una ventanita, yo digo que la bala entró por ahí, como nosotras somos bajitas… Ella se echó hacia atrás y levantó un brazo. Hizo como en cámara lenta, como las torres. Como acabábamos de comer, pensé que le había dado algo digestivo. Pero ya en el piso se puso blanca, se le iba yendo la vida. Las piernitas le temblaban. No me había respondido cuando cayó y le pregunté qué le pasaba; le levanté la blusa y vi un huequito, pero mire, un huequito mínimo. Llegó una camioneta que después supe que era de la Alcaldía. Hablaron por radio y cuando llegamos a emergencia de la Clínica Ávila la estaban esperando». El huequito era mortal.

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Ahora, en agosto de 2024, se cumplirán veinte años del revocatorio y del crimen. El exdiputado Ernesto Alvarenga, quien también fue herido durante la manifestación del 16 de agosto en la plaza Francia o Altamira, nunca presentó demanda porque consideraba que lo que debía hacerse era incoar la causa contra el Estado en la persona del Presidente de la República; para él, los círculos bolivarianos armados de Petare, florecidos por incentivo de Miraflores, fueron el plan B gubernamental tras el referendo para acallar o enfrentar cualquier protesta. Pensó que ninguna acción judicial contra funcionarios públicos podría prosperar durante ese régimen. «Si yo no tenía ni seguridad para entrar o salir de la Asamblea, menos la iba a tener en los tribunales», dijo.

A Alvarenga no le cabía duda: uno de los pistoleros regentaba un Mercal, y los otros dos estaban ligados a la Policía del municipio Sucre. Nunca se determinó quién de los tres disparó sobre Maritza Ron. Se sabe que el trío accionó sus armas y cualquiera de ellos pudo ser el causante de la muerte. Después de varios retrasos en el juicio, los tres fueron sentenciados a once años de prisión pero poco después les dieron libertad condicional. Por lo que se sabe, además les dieron trabajo en el aeropuerto de Maiquetía.

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«Mi fervor por Venezuela y por su soberanía encuentran en el Presidente Maduro su mayor desvelo; por lo tanto, el día 28, desde que amanezca, estaré respaldando su candidatura, que es nuestro destino». Eso lo dice el poeta Luis Alberto Crespo en un vídeo que pulula por las redes. Crespo es alguien de quien uno no puede decir todo lo que piensa sencillamente porque es padre de unos jóvenes que merecen consideración. Crespo es el mismo poeta de Resolana y de otros buenos libros de poesía, alguien que sabe muy bien que un caballo y la palabra caballo no son la misma cosa. Este Crespo que manifiesta su entusiasmo ante el régimen madurista parece ser el  mismo que, cuando me encontraba en la Redacción de El Nacional a finales de los ochenta, me llamaba con una sonrisa «Sebastián de las Nubes», por mis 190 y pico centímetros de altura. A mí me parecía simpáticamente poético el remoquete. En fin, parecía ser un tipo cercano.

Desde hace años le doy vueltas a la cabeza, parodiando un poco aquella frase de Vargas Llosa: «¿en qué momento se jodió Perú?» ¿En qué momento se envileció Luis Alberto Crespo? ¿Después de que le obsequiaron varios años de solaz esparcimiento en París? Crespo debería saber igualmente en qué medida se parece un líder carismático a la palabra asesino, metafóricamente hablando. Crespo no ve o no mira el caudal de asesinatos que han sido cometidos durante 25 años en nombre o incluso al amparo del chavismo o de la llamada «revolución bolivariana». No existen para él. A Luis Alberto Crespo, gran poeta, se le escapa la palabra crimen. Se le ha escabullido de su prolija lexicografía. No es el primer caso en la Historia Universal de la Infamia. Perdón, de la Poesía.  

Si yo pudiera votar el domingo 28, votaría por Maritza Ron salvando todas las dificultades e incomodidades previsibles. Por ella y por todos los que han muerto en 25 años debido a las causas que indica el Observatorio Venezolano de la Violencia en sus periódicos informes y que, de alguna manera, son imputables al chavismo: por su vocación represora, por su talante resentido, por su alma traidora (partiendo de una democracia, no hay mayor traidor que un golpista). Por su impiedad, estulticia e inhumanidad. Cientos de miles de muertes que habrían podido evitarse. Pero al poeta Crespo, ay, anda con el fervor en los labios.

Si yo pudiera votar el domingo…, pero no podré. Tampoco soy original, apenas uno entre millones que no podrán votar porque el chavismo cometió un crimen masivo al asesinar la voluntad de esos millones de votantes en el exterior.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.