Un dream team del periodismo deportivo
No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Pero cómo olvidar a los campeones mundiales de beisbol de 1941 en La Habana, a los cuatro boxeadores que fueron los mejores de sus pesos en el mundo en 1971, a los “héroes” de Portland de 1992. Sin tanto alarde, pero con probada suficiencia, las páginas deportivas del Cuerpo B de El Nacional juntaron a algunas luminarias del arte de contar las hazañas de ensogados y pistas, canchas y gimnasios
Miguel Otero Silva, encorvado, balanceando su macizocorpachón y a paso lento, de elefante, caminó sin apresurarse a lo largo del extenso pasillo a la par que saludaba con un ligero ademán de mano a cuantos encontraba a su vera, sonriente y sin hablar. Se detuvo frente al escritorio de Heberto Castro Pimentel, «Castrico», Subjefe de Deportes, quien no le sintió llegar afanado y sumergido como estaba en el teclear de su máquina de escribir, una vieja Underwood de las que ya no se ven en ninguna redacción.
El escritor, poeta, humorista y político oriental, propietario y cofundador en agosto de 1943 de El Nacional, junto a su padre Henrique Otero Vizcarrondo, y su primer director, Antonio Arráiz -también novelista, cuentista, ensayista, periodista y poeta- dio una cordial palmada en la espalda de su viejo amigo, quien se levantó prestamente para responder al saludo.
Era aquella una de las frecuentes visitas de MOS (como lo llamaban todos) a esa parte de la redacción general, en la cual se apiñaban los periodistas deportivos, quien escribe entre éstos y el último en haber llegado a ella, a comienzos de 1969. Me acerqué tímidamente al autor de tantas novelas -Fiebre, Cuando quiero llorar no lloro, Oficina No. 1, Casas Muertas, La Muerte de Honorio, Lope de Aguirre: Príncipe de la Liibertad, entre otras-, nada más que por simple, entrometida y bobalicona curiosidad y le pregunté de sopetón:
– Con su permiso, y disculpe mi impertinencia: ¿Podría decirme cuál es la primera sección que usted lee del diario.
Me miró extrañado, ya que apenas si me conocía, cómo preguntándose: “¿Y este de dónde salió?”. Y al segundo siguiente, con una sonrisa (lo recuerdo como si hubiera sucedido hace unos pocos días, luego de casi medio siglo) me respondió, palabras más, palabras menos:
– Debe ser que llevo por dentro –dijo, en franco tono de broma- un espíritu policial o morboso. O ambas cosas. Quizás por tal razón el primer cuerpo que separo es el D (el diario se dividía en las secciones A, B, C y D), para leer en la última página a “Moquillo” (popular apodo de Ezequiel Díaz Silva, uno de los más acuciosos reporteros de sucesos en la historia del periodismo venezolano) para conocer detalles de los crímenes, robos a bancos y a la gente en la calle…De todas esas cosas truculentas.
– Después -prosiguió- paso a Deportes y lo reviso noticia por noticia, reseña por reseña, entrevista por entrevista. Son mis páginas predilectas, posiblemente porque desde niño he sido un apasionado de lo deportivo, en especial del béisbol y del hipismo (fue propietario de varios caballos de carrera).
-Por supuesto -añadió luego de una breve pausa, quién sabe si para enmendar un dislate- que lo político y lo económico son también cuestiones para mí de mucho interés. Es solo que sucesos y deportes me tranquilizan el ánimo, el primero por una rara inclinación hacia lo detectivesco y el segundo, como dije, por mi pasión por el deporte. De la página de artículos de opinión, te digo, aquí entre nos, que no es precisamente de mis favoritas. La leo igualmente, claro, pero a ratos sí, a ratos no. Porque, de verdad, es un poquitico fastidiosa. (alzó el índice y el pulgar y soltó una ruidosa carcajada).
Unos cinco minutos después de hablar con Castrico se dio vuelta y se marchó por donde había llegado. Antes le dijo a media voz a Heberto: “Voy a hablar con Moradell (José, Jefe de Redacción). Salúdame a Abelardo (Raidi, el jefe de Deportes). Cuando llegue, por supuesto.”
Años nostálgicos
Aquella vieja anécdota me abrió la puerta para entrar a esta coloquial crónica sin mayores pretensiones, excepto las de tratar de recontar, a trancas y barrancas, una porción de historia del periodismo venezolano, en particular la del cuerpo B de Deportes de El Nacionalen los 20 años que me tocó vivir en él, como reportero inicialmente y luego como jefe de la sección entre el 79 y el 89, cuando cambié de ruta.
A casi 50 años de aquello, asevero que mis inolvidables días en El Nacional fueron placenteros, con uno que otro infaltable trago amargo.
Cuando llegué llamado por Heberto Castro Pimentel y por recomendación de Rubén Mijares (el más completo reportero en la historia del periodismo deportivo nacional, en mi humilde criterio y con la venia de Armando Naranjo, otro grande) me temblaban las piernas: Iba de un periódico pequeño, apenas si conocido, La República, vocero del partido político (AD) que estaba en el Gobierno, a un coloso del periodismo, al órgano de mayor popularidad en el país para asumir el cargo dejado vacante por Carlos (Carlitos) González, un icono de la crónica boxística y del beisbol. Rápidamente mis temores iniciales se disiparon porque noté que allí reinaban, por sobre las pequeñas miserias humanas, la cordialidad y la camaradería.
Un tsunami renovador
Para aquel tiempo, y en los años que siguieron, ninguna otra sección deportiva del país gozaba de la reputación de ese Cuerpo B que tuvo de primer jefe a Franklin Whaite con Abelardo Raidi, Napoleón Arráiz (“El Hermanito”) y Oscar Escalona Olivier en los roles de reporteros.
Marcó un hito. Fue, en sentido figurado, un tsunami renovador, rejuvenecedor, en cuanto a la forma y la manera de hacer periodismo en Venezuela, en todas las áreas pero muy particularmente en lo concerniente al deporte.
Al irse Whaite después de unos pocos años asumió el control Raidi, muy conocido en el país por haber sido delegado y consejero del equipo de beisbol amateur que conquistó el título en el Campeonato Mundial de 1941 disputado en La Habana, la primera gran proeza del deporte venezolano. Raidi se mantuvo en el cargo más allá de los 80 sin dejar de escribir su afamada columna Pantalla de los Jueves, hasta su muerte en el año 2002. Se publicó durante 61 años ininterrumpidos, duración en el tiempo que aún permanece en el periodismo venezolano en cuanto a secciones del mismo estilo.
No es en modo alguno un exabrupto afirmar queEl Nacional rescató al deporte criollo de la semipenumbra en que se hallaba en cuanto a la comunicación masiva. Dos herramientas sirvieron de bujía para ello: la gráfica muy desplegada, a gran tamaño, impactante, en la primera plana, un anticipo a lo que hoy se conoce como gigantografía. La otra muleta fue el uso del título principal a 4, 6 u 8 columnas, algo solo ocasionalmente visto en otros medios por los lectores de aquel ya lejano tiempo.
El equipo de Deportes lo completaban en aquel año ´69, José “Pepe” Polo, responsable de cubrir el fútbol y diligente asistente de Castro Pimentel; Eduardo Moncada, un hijo de la costa atlántica colombiana, suerte de utility, un hace de todo; el larense Felo Giménez, experto en fútbol y “all around”, también escribidor en la fuente de farándula y Rubén Mijares, una biblia del beisbol. Algunos años más tarde se sumó José Visconti, a quien llamábamos “El Curita” por haber sido seminarista, siempre sonriente, de espíritu festivo y excelente cronista de fútbol, con el tiempo una figura también de la TV. Luego ingresó Carlos Ortega, un guaireño que compartía el periodismo con una efervescente pasión por el “bel canto”.
En hipismo estaban Francisco Andrade Álvarez, Oscar Armao Mendoza y Félix Gustavo Correa. En fotografía, el multipremiado José Sardá, Miguel Grillo y Ramón García. Con el tiempo Jacobo Lezama se turnaría con aquellos, como ocurrió también en la diagramación, en la que se rotaban cuatro o cinco compañeros más, mientras que Aquilino José Mata, Edith Guzmán y más tarde Raúl Vallejo manejaban el mundo del espectáculo, llamado también Farándula, en distintos períodos.
Castrico encendía el motor
A la altura de este largo cuento es hora de rendir tributo a alguien por quien guardé una nunca extinguida admiración, sin cuya inclusión tal cuento quedaría trunco, y quien manejaba diestramente aquel motor, sostén y pilar fundamental en la exitosa construcción de El Nacional y a quien mucho se debió el incuestionable éxito de sus páginas deportivas, aparte de haber sido directamente responsable de evitar, en su momento, el desplazamiento del diario de su posición cimera en el deporte escrito, amenazada por la aparición de Meridiano, un fenómeno editorial nacido en 1969, ideado por Carlos González en 1968, año en que Venezuela logró su primera medalla de oro en los Juegos Olímpicos de México gracias a los puños del recientemente fallecido minimosca cumanés Francisco “Morochito” Rodríguez.
Tal personaje fue Heberto Castro Pimentel. Hablaré de él con tan sencillas palabras como lo fue este periodista de dimensiones excepcionales y, repito, la columna vital de aquel medio que, sometido en los últimos tres o cuatro lustros a un implacable y sostenido ataque por el gobierno, se vio forzado a hacer mutis en su versión impresa (continúa en un sitio web) el 14 de noviembre de 2018.
Buena parte de la receptividad y el “punch” popular que tuvo ese cuerpo de deportes, especialmente en los años del 60 y hasta los albores de esta nueva centuria, jamás habría podido ser posible de no haber contado el periódico el talento y la asombrosa capacidad de trabajo de aquel zuliano simpáticamente gritón, humilde como pocos, de pequeña estatura física antagónica con su colosal condición profesional. Un auténtico forjador, maestro, de periodistas.
Cuando le conocí era el segundo a bordo y estaba a la sombra de Raidi, respetado y querido. Una figura nacional del diarismo, ciertamente, si bien en lo interno, el que “cortaba el bacalao” era Castrico, timonel anónimo de aquel barco para el público, en el ajetreo de todos los días.
Castro Pimentel llegaba al diario, todos los días, invariablemente, a las 5:30 o 6:00 de la mañana y se marchaba más allá de las 7:00 p.m. Tan pronto abría su oficina, se leía todas las páginas de deportes de todos los diarios y seguidamente distribuía larguísimas pautas, como estas, para todos y cada uno de los reporteros:
– Rubén Mijares: averigua cuánto recaudó el béisbol en esta semana que pasó. Ojo, ojo. Que el presidente de la liga diga si los equipos… Habla con Padrón Panza acerca de … ¿Por qué el Caracas despidió a…?
– Jesús Cova: ¿Cuándo y contra quién va a pelear ”Morocho” Hernández?… ¿Por qué suspendieron a…? ¿Cuándo es el próximo programa en el Nuevo Circo? Ojo, ojo.
–Pepe Polo: Pendiente de los cables que informen del juego del Real Madrid ante el Barcelona… ¿Qué pasa en la Federación de Fútbol y con el “Quemao” Olivares, su presidente? Ojo, ojo.
– Carlos Ortega: indaga si es cierto que en el IND se perdieron unos reales sin que nadie se diera cuenta… / Eduardo Moncada, esto y aquello otro…
No puedo recordar que Castrico hubiera faltado al trabajo una sola vez, a pesar de haber padecido una terrible enfermedad que enfrentó con admirable coraje y que a la postre acortó su vida. Mijares decía siempre, medio en broma, medio en serio, que Heberto era “un alcohólico del trabajo. “¡Coño, ese hombre no se cansa nunca!”
¡Ay de aquel que incumpliera aquellas rigurosas pautas! Los gritos de Castrico estremecían entonces toda la redacción del periódico, con el reportero regañado cabizbajo y mudo. En una ocasión le sugerí que cuando fuera a llamarle la atención a un redactor lo hiciera en su oficina, encerrado, porque al amonestado le apenaba que “lo agarraran por la pechera” en público.
“¡MG te dije 100 veces (era su grito de guerra. Ya supondrán el significado de las dos letras). Si lo regaño donde nadie oiga no le va a dar pena y mañana volverá a fallar en el trabajo”, razonó.
Pero aquellos gritos y reclamos diarios ocultaban realmente un corazón de pura sensibilidad, solidaridad y preocupación por todos cuantos estábamos con él. Castro Pimentel fue el escondido arquitecto de aquellas páginas de deportes que tan elevadas cotas de popularidad y lectoría llegaron a escalar, que las consagraron como las mejores del país en un medio impreso del diarismo deportivo en general. Fue él, por último, y no abrigo dudas al respecto, quien hizo de Mijares, de Ortega, de Visconti, de mí, de muchos otros, lo que fueron en el periodismo venezolano de aquellos días remotos.
Tiempos difíciles
En los años que fueron del 40 hasta fines del 70 eran incontables las dificultades por las que atravesaban los reporteros para la cobertura periodística. Ni pensar en Internet, ese bastón con el cual basta un clic para tener acceso a toda la información sobre la vida y milagros de cualquier deportista.
Se apelaba a los apuntes en una libreta o en un cuadernito de notas como “ayuda memoria” para tener a la mano los números de un pelotero, un boxeador, un atleta de pista y campo.
Si viajabas a una competencia en la provincia o en el exterior (Olimpíadas, Panamericanos, Serie del Caribe, un torneo de fútbol, una pelea de título mundial, etc.), tenías dos opciones: llamabas y dictabas la entrevista, la crónica o la reseña, a un compañero pegado al teléfono en el diario, o bien escribías, llenabas un sobre con gráficas y cuartillas escritas, ibas al aeropuerto y allí buscabas a un pasajero o a un miembro de la tripulación del avión que volaría a Caracas y le pedías el favor de llevarlo al diario. Y a veces el sobre no llegaba. En una oportunidad envié un material desde Panamá, en ocasión de los Centroamericanos y del Caribe del 70. Una semana más tarde el envío llegó al periódico ¡desde París!
Otro ejemplo: el 2 de septiembre de 1971, Antonio Gómez ganó el título mundial pluma frente al japonés Shozo Saijyo, en Tokio. Yo estaba como enviado especial del diario. Media hora después de la pelea llegué al hotel, llamé a la redacción y le dicté todo de memoria, incluido el título, al reportero de guardia, Longobardo Lossada Roa, un lego en boxeo. En Venezuela eran las 8:30-9:00 a.m. y el periódico lanzó una extra que tuvo una devolución del 0%. ¡Cuán fácil y rápido habría sido todo con una laptop a la mano!
Y llegó la electrónica
La incorporación a El Nacional de Víctor Suárez, en 1974, supuso la adquisición de un trabajador especializado, clave para afrontar debidamente el inminente inicio de la llamada Era de la Edición Electrónica. Cuando empezaron los rumores acerca de la instalación de los nuevos equipos de trabajo y el fin de las máquinas portátiles, un sismo sacudió las redacciones de todo el país.
Los gremios- Colegio de Periodistas, Sindicato de Trabajadores de la Prensa, Unión de Trabajadores Gráficos- emprendieron de inmediato una campaña en contra ante la convicción de que su puesta en ejecución provocaría una avalancha de despidos.
Suárez, de no más de 160 centímetros que contrastan con su enorme talento, llegó al periódico por aquellos días llamado por la Secretaría de Redacción para encargarse de adecuar al llamado Cuerpo B al momento que se vivía, a remozarlo y mejorarlo. Suárez era de los escasos profesionales cabalmente preparados para enfrentar el anunciado cambio y no obstante que al principio se alineó del lado de los adversarios del mismo, cambió de posición luego de un extenso estudio e investigación respecto a lo que vendría en el inminente futuro.
En una entrevista que le hice cuando ganó el premio interno “Henrique Otero Vizcarrondo”, publicada el 30 de julio de 1981, me dijo lo siguiente: “La tecnología de por sí es alienante…Pero de lo que se trata ahora es de adecuar a la profesión a fin de lograr el mejoramiento de vida y trabajo de los periodistas, lo que se puede conseguir solamente mediante una reglamentación de su uso, reglamentación y proyecto que ya ha sido adelantada por el Colegio Nacional de Periodistas (CNP) para ser discutida con las empresas”.
Prosiguió en estos términos: “Pienso que no se trata de decirle a ciegas que no a la nueva tecnología, sino de presionar para que ella se adapte a las condiciones nacionales y que en lugar de resultar más alienante para el trabajador le permita a este compartir sus beneficios…reduce los tiempos de producción, de transporte, del personal, etc…(y) otorga a los periodistas un mayor control de su propia información, a la par que amplía las posibilidades de trabajo y de especialización de la profesión”.
El tiempo le dio la razón.
Pantalla, la joya de la corona
Necesario mencionar a la inicialmente llamada Pizarra, “la joya de la corona”, que derivó en Pantalla por razones de tipo legal. Se mantuvo en circulación hasta los primeros años del siglo XXI. Se trataba de un suplemento especial o magazine que circulaba los lunes y en el que se ofrecían diversos géneros: reportajes, entrevistas, columnas, reseñas, crónicas, a página completa la mayoría, además de las noticias del día a día (juegos de grandes ligas, del fútbol nacional, del atletismo, etc.).
En él brillaron redactores de la calidad profesional de Rodolfo José Mauriello, un excelente cronista especializado en beisbol que se distinguió por su enrevesado manejo de las estadísticas; el multifacético Visconti; Humberto Acosta, un estudioso del béisbol de quien sus amigos decían que de niñito dormía en la cuna abrazado a una pelota de beisbol; Armando Naranjo, quien podía escribir, como Mijares, de cualquier disciplina; Ezra Dortolina, un guaireño listo siempre para “lo que fuera”; Salomón Escalona, un dolor de cabeza para la dirigencia del IND y de las federaciones por su mordaz columna
Desfilaron por aquel El Nacional muchos más: el “pibe” Jorge Cahue, especializado en fútbol; Domingo Álvarez, un “todo terreno”; Ignacio Serrano, vasto conocedor del beisbol; Cristóbal Guerra, hombre del fútbol y luego comentarista radial y de televisión; el prematuramente desaparecido Alí Ramos Mirena, de la pelota, el boxeo amateur y el rentado; los polifacéticos Alexis González Mariche, Olvin Villarroel, Cándido Pérez, Johnny Villarroel, este último amante del ciclismo y luego por largo tiempo al comando de la página web.
También tuvieron destacada participación en Pantalla columnistas como el bonachón y silencioso argentino Julio Bolbochán, Gran Maestro Internacional de ajedrez que enfocaba el tema del “juego ciencia” en una amena columna en la que analizaba partidas históricas, a la par que enseñaba a conocer los enigmas del tablero; Dámaso Blanco, un expelotero grandeliga, autor de La Esquina Caliente (fue tercera base y de allí el nombre de su columna).
Pantalla, la joya de la corona
Otros fueron Carlos Villalba, un joven abogado de densa cultura y de poética prosa dedicada al mundo del toro y quien reemplazó en la fuente al pintoresco Carlos Eduardo Misle (“Caremis”); Pedro Zárraga, con su Mundo del Fútbol y Leonardo Rodríguez, fundador de la Liga Especial de Basquetbol, organismo que propició el desarrollo de este juego en Venezuela.
La calidad informativa y de opinión del diario, en especial en Pantalla, alcanzó un tan alto nivel y renombre que en una oportunidad Red Smith, editor de deportes de The New York Times escribió que en El Nacional,en concreto en Pantalla, se hacía el mejor y más completo periodismo deportivo de América Latina. Lo que es bastante decir viniendo de quien venía, reconocido como uno de los grandes de su país en materia deportiva.