🎥El Helicoide y nuestro “nunca más”

“Las autocracias, dictaduras y tiranías se actualizan, pero la forma en que ejercen el mal, tal vez, no puede modificarse. (…) La sumisión no es paz y el olvido no es justicia. No importa si los crímenes son cometidos por tiranos de izquierda o de derecha, lo que importa es que no queden impunes. Algún día las víctimas que todavía viven y los familiares de las que no, deben ver a sus torturadores pagar”.

“Fuimos derivados al centro de torturas Arana, en las afuera de La Plata. En ese lugar estuvimos siete días, era un centro de torturas. En este lugar fue donde escuché la mayor cantidad de torturas, prácticamente se torturaba las 24 horas. Por otra parte, era un lugar muy pequeño con celdas, y todas muy cercanas a la sala de torturas, con lo cual los secuestrados podíamos escuchar prácticamente todos los interrogatorios, no solo las preguntas sino también las respuestas. De esta experiencia me consta que la inmensa mayoría de los secuestrados eran interrogados acerca de otras personas con militancia política; es decir, en ningún caso de los siete días que estuve en ese lugar donde puedo calcular que pasaron 60, 70 personas por la tortura, se imputó a ninguno de los secuestrados por algún hecho armado”.

“Son personas cuyas habilidades para torturar son sistematizadas, son creadas, son ideadas para dañar. Son personas sin escrúpulos y los que tienen escrúpulos se ven coaccionados a pegarte porque ellos mismos te dicen ‘si no lo hago, a mí me van a pegar peor’. Lo más duro es ver cómo torturan a los demás, que le están poniendo una bolsa en la cabeza a una persona al lado de ti y no poder hacer nada. Que un policía se pare frente a ti comiéndose la comida que te mandó tu mamá diciéndote ‘tu mamá cocina sabroso’. Mi mamá dice que más nunca pudo volver a sonreír. Yo salí del Helicoide, pero no soy libre. Se tiene que hacer justicia. Hay mucha gente que no ha podido salir del Helicoide”.

El primero es el testimonio de Adriana Calvo, una de tantas secuestradas de la última dictadura argentina. Lo que cuenta le ocurrió en la Escuela de Mecánica de la Armada, conocida por sus siglas ESMA, que fue el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande del país, donde muchísimos fueron asesinados. El segundo testimonio es el de Víctor Navarro, quien estuvo varios meses preso -injustamente, claro-, en esa mega estructura hoy usada para torturar, apresar y asesinar en la capital de Venezuela, llamada el “Helicoide”.

¿Qué tienen en común Adriana y Víctor? Varias cosas, la primera es que ambos son sobrevivientes de regímenes antidemocráticos que hicieron de la violación a los Derechos Humanos una política de Estado. Otra cosa que comparten es que lograron salir de esos centros de torturas y decidieron que aquellos horrores debían ser contados, que el mundo debía saber lo que significa ser secuestrado por una dictadura tan cruel como la argentina de los años ‘70 y ‘80, o la venezolana en la actualidad.

“¿Qué tienen en común Adriana y Víctor? Varias cosas, la primera es que ambos son sobrevivientes de regímenes antidemocráticos que hicieron de la violación a los Derechos Humanos una política de Estado”

Entre un testimonio y otro han pasado casi 40 años. De hecho, mientras Adriana y miles más sufrían las torturas ordenadas por Emilio Eduardo Massera (máximo jefe de la ESMA), en Venezuela había democracia. Hoy la situación sucede al contrario, porque recientemente los argentinos celebraban 39 años de la vuelta a la democracia mientras que los venezolanos somos gobernados por un régimen investigado en La Haya por crímenes de lesa humanidad. Son cuatro décadas de diferencia. Dos generaciones enteras. Lo que no es diferente, pareciera, al escuchar a Calvo, Navarro, y tantos otros testimonios, son los métodos de torturas; las físicas y las mentales. Las autocracias, dictaduras y tiranías se actualizan, pero la forma en que ejercen el mal, tal vez, no puede modificarse.

En el Helicoide, según diferentes testimonios, hay celdas, muchas (porque cualquier pequeño lugar lo convierten en una celda). En una de ellas, de aproximadamente 12 metros cuadrados, estaban presos 50 venezolanos. ¿Se imaginan lo que eso significa? Rosmit Mantilla en un reportaje de la BBC mencionó que en ese lugar “era casi imposible moverse”, pero además “había cucarachas pequeñas, moscas, ratones y hacía mucho calor”. Recuerden, hablamos del sótano de una estructura construida en Caracas, donde la temperatura puede llegar a los 30°C. “No había luz, agua o baños, tampoco camas. Las paredes estaban manchadas de sangre y excrementos. Era un lugar diseñado para el maltrato físico y psicológico”, mencionó Rosmit, que estuvo preso allí durante mucho tiempo por protestar. Eso, solo por protestar.

“Otra cosa que comparten es que lograron salir de esos centros de torturas y decidieron que aquellos horrores debían ser contados, que el mundo debía saber lo que significa ser secuestrado por una dictadura tan cruel como la argentina de los años ‘70 y ‘80, o la venezolana en la actualidad”

A los torturadores les parece gustar mucho el uso de la electricidad, y los de Venezuela no son una excepción. Thamara Caleño, una ecuatoriana nacionalizada venezolana, quien fue detenida arbitrariamente en 2016 junto a su esposo Joshua Holt, era constantemente torturada con la intención de hacerla declarar en contra de Joshua. Como no accedía a ello fue electrocutada con una pistola Taser y sus dedos fueron colocados en un sacapuntas. Como Thamara hay decenas de casos, todos documentados en diversos informes. Y también cientos y cientos de casos como los que ocurría en la ESMA, de hecho, todavía hoy en Argentina se habla de la “Picana eléctrica” y muchos se asustan. Las dictaduras y sus torturadores dejan huellas imborrables.

Imborrable, también, son los informes sobre lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Venezuela, el más reciente de estos lo hizo la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos de la ONU, siendo el tercero que presenta. En este informe (20 de septiembre de 2022) queda plenamente establecido, además de la cadena de mando de los crímenes de lesa humanidad, los patrones de conducta en los métodos de tortura utilizados por funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, es decir, los encargados de manejar lo que ocurre dentro del Helicoide.

¿Cuáles eran esos patrones?

  • Posiciones de tensión denominadas la “crucifixión” (brazos extendidos y esposados a tubos o rejillas) y “el pulpo” (un cinturón metálico con cadenas atadas para inmovilizar la muñeca y los tobillos).
  • Asfixia con bolsas de plástico, sustancias químicas o un cubo de agua.
  • Golpes, a veces con un palo u otros objetos contundentes.
  • Descargas eléctricas en los genitales u otras partes del cuerpo.
  • Amenazas de muerte o de violencia adicional.
  • Amenazas de violación contra la víctima y/o sus familiares.
  • Desnudez forzada incluso en habitaciones mantenidas a temperaturas extremadamente bajas.
  • Encadenamientos durante largos períodos de tiempo.

La tortura y el asesinato ordenado desde el Estado, según el artículo 7 del Estatuto de Roma, son considerados crímenes de lesa humanidad, los mismos por los cuales fueron juzgados Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera en 1985. Este año, ese título “Argentina 1985” y esas sentencias fueron descritas en una película protagonizada por Ricardo Darín y, aunque hubo mucho que allí no se mencionó, el “Juicio a las Juntas” (nombre con el que se conoció el proceso judicial realizado por la justicia civil contra los militares de la dictadura) ordenado por Raúl Alfonsín, quedó una vez más como el respiro de justicia que, desde Venezuela, algún día anhelamos tener.

“Los argentinos hemos tratado de obtener la paz, fundándola en el olvido y fracasamos; ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías. Hemos tratado de buscar la paz por vía de la violencia y del exterminio del adversario y fracasamos; me remito al período que acabamos de describir. A partir de este juicio y de la condena que propugno nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido, sino en la memoria, no en la violencia, sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad y quizá sea la última”.

Esas palabras las dijo el valiente fiscal Julio César Strassera en su alegato final, y es la que uso para este artículo porque explica la razón por la cual lo escribo: no permitir el olvido. Una “paz” basada en el olvido no es paz, porque esta no existe si hay presos políticos torturados todos los días, ni mucho menos si un pueblo entero sigue oprimido por quienes han cometido actos tan brutales. La sumisión no es paz y el olvido no es justicia. No importa si los crímenes son cometidos por tiranos de izquierda o de derecha, lo que importa es que no queden impunes. No importa si el apellido es Videla o Maduro; algún día las víctimas que todavía viven y los familiares de las que no, deben ver a sus torturadores pagar.

Desde hace casi 20 años el edificio de la ex ESMA es el “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa”, un lugar que, tal como lo describe su página web, busca “aportar a la comprensión sobre cómo se planificó y ejecutó el terrorismo de Estado en Argentina y sus consecuencias en el presente, para contribuir a consolidar una cultura democrática y un ejercicio pleno de los Derechos Humanos”.

¿Mi sueño? Que el Helicoide, más temprano que tarde, también sea un “Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa” donde se recuerde a las generaciones actuales y a las siguientes, lo que fue el terrorismo de Estado en Venezuela durante la época más oscura de nuestra historia republicana: el chavismo-madurismo. Y lo escribo en pasado, porque el sueño incluye ser, por fin, una República democrática y libre donde, parafraseando a Strassera y renunciando expresamente a toda pretensión de originalidad, podamos usar una frase que ya no solo es del pueblo argentino sino de cada país que ha logrado recuperar la democracia y el respeto a los Derechos Humanos: “Nunca más”.

*Politólogo de la Universidad Central de Venezuela.

@WalterVMG

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.