“Sin la ayuda de Pérez quizá Felipe [González] no hubiese sido Presidente del gobierno español”.

CAP, un antes y un después

Un testimonio en primera persona, un relato cercano que enriquece la narrativa de la democracia en Venezuela, con sus aciertos y errores, pero que habla del país que tuvimos, donde a veces lo político pasa factura a la política. En el marco del Centenario de Carlos Andrés Pérez, las palabras de la autora retumbarán por mucho tiempo: “CAP hubiese preferido otra muerte, pero lo que nunca pudo imaginar, él que tanto ansiaba la gloria, es que gracias a la catástrofe chavista que él mismo vaticinó, su figura y su obra serían reivindicadas para la historia”.

No temáis a la grandeza, algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”.
William Shakespeare

Quizá sea la actual sequía en el liderazgo de oposición, la inusitada rapidez con que los liderazgos suben y se desploman, el sentirnos como un barco que navega a la deriva, lo que ha provocado la añoranza por Rómulo Betancourt, reivindicado con pasión por quienes fueron no simples detractores sino sus enemigos en la lucha armada para derrocarlo. Es difícil encontrar hoy analistas, politólogos, dirigentes de distintas áreas, que nieguen la impronta de Betancourt en la forja de la democracia que vivió Venezuela desde el Pacto de Puntofijo hasta la aventura golpista de Hugo Chávez.

Con Carlos Andrés Pérez (CAP) las emociones fluyeron de manera distinta. A CAP se le admiraba o se le detestaba, los términos medios no parecían posibles. Han tenido que transcurrir algo más de dos décadas desde la entronización del chavismo para que la figura tan controvertida del presidente que sobrevivió a un intento de golpe militar, pero sucumbió ante un golpe civil, sea hoy reivindicada. Cuando el calendario indica que el próximo 27 de octubre CAP cumpliría 100 años de edad, ya ni el chavismo que hoy pretende ser representado por Nicolás Maduro, se atreve a “no patear perro muerto”, como dijera Chávez ante la muerte de Pérez.

Aunque sea poco elegante no puedo evadir la primera persona para hablar de Carlos Andrés Pérez. Lo vi frente a frente y estreché su mano por primera vez en el acto de las mujeres con CAP que se realizó en el Hotel Ávila de Caracas, durante la campaña electoral de1973. Fui oradora en ese acto, mi debut en la escena política. Después de la toma de posesión de CAP, el Departamento Femenino de Acción Democrática me propuso para ser Directora Ejecutiva de la Comisión Femenina Asesora de la Presidencia de la República. Soporté con estoicismo un año. Ejercí luego otro cargo directivo en el Ministerio de Educación, hasta que en 1977 fui designada viceministro de Información y Turismo. El titular de ese nuevo ministerio era Diego Arria. El ministro me citó a su despacho aún antes de mi juramentación. Recuerdo aquella conversación y aunque no puedo citar cada palabra, el resumen fue este: “Voy a estar poco tiempo como ministro, Piñerúa me quiere como jefe de su campaña presidencial y entonces tú (es decir yo) asumirás el ministerio”.

“No había que ser demasiado lúcido para entender que Chávez no había insurgido solo contra un gobierno democrático sino contra la democracia misma. Pedir la renuncia a CAP y que lo hiciera su propio partido era ceder ante el golpismo”

En mayo de 1977 fallece en Roma Augusto Malavé Villalba, máximo líder sindical de AD. Después del funeral, muchos de los asistentes fuimos a la casa de su viuda, Isabel. Estaba Rómulo Betancourt con su esposa Renée y nos invitó a la diputada Elia Borges de Tapia y a mí a cenar en una cafetería del Centro Ciudad Comercial Tamanaco (CCCT) donde hacían “un excelente sandwich de jambon, como en Paris”. Ya en el lugar, Rómulo comenzó a preguntarme sobre la actuación del ministro Diego Arria. Poco podía responderle ya que el ministro tenía su oficina en Parque Central y yo estaba en otra ubicada en la Avenida Urdaneta. La comunicación era escasa y mi tarea se limitaba a cuestiones administrativas. Rómulo dijo que les tenía un expediente a varios ministros de CAP. Esa noche supe que Betancourt había  roto relaciones con Carlos Andrés Pérez, su hombre de confianza durante muchos años y que había vetado a Diego Arria como jefe de la campaña electoral de Luis Piñerúa Ordaz.

Los ismos que entonces se instalaron en AD serían el principio del fin, el carlosandresismo (renovadores) apoyó al lusinchismo en la campaña interna para elegir al candidato presidencial, mientras que el piñeruísmo, cercano a Betancourt, era la ortodoxia. Mi identificación con Luis Piñerúa quien me había postulado para el cargo de viceministro, y otras circunstancias como la grabación que hacía una funcionaria “carlosandresista” de mis conversaciones telefónicas, me granjearon la antipatía de CAP. Tengo enmarcada una fotografía en la que aparecemos CAP, Simón Alberto Consalvi y yo. El fotógrafo seguramente creyó y así aparenta, que era una conversación cordial. Lo cierto es que CAP me estaba regañando por el “mal funcionamiento del ministerio de Información y Turismo” y yo le estaba respondiendo que le reclamara al ministro Arria cuando regresara de su viaje al exterior, ya que yo no tenía ninguna injerencia en las políticas informativas de ese ministerio.

Unos días después Luis Piñerúa, quien ejercía la secretaría general de AD me citó a su oficina y me dijo que renunciara al cargo de viceministro, CAP no me quería en ese cargo. Él, Piñerúa, estaba seguro de ser el candidato presidencial y yo pasaría a formar parte de su equipo de campaña. Obviemos la campaña y la derrota. Pero imposible obviar el papel que CAP seguía desempeñando -con AD en la oposición- como líder no solo nacional sino internacional. Siendo expresidente fue el anfitrión del almuerzo que el CEN le ofreció a un flaco y desaliñado Felipe González. Sin la ayuda de Pérez quizá Felipe no hubiese sido Presidente del gobierno español. También fue CAP el anfitrión de la reunión del CEN de AD con Shimon Peres, entonces vicepresidente de la Internacional Socialista. Y fue CAP la voz cantante en un almuerzo para Raúl Alfonsín, candidato del Partido Radical para la presidencia de Argentina y luego presidente, después de una década de dictadura militar. En los diez años que mediaron entre su primera presidencia y la aspiración de regresar a Miraflores, CAP nunca descansó, nunca abandonó su propósito de ser una figura internacional. Eso que tantas críticas y hasta chistes causaba en el seno de sus detractores en AD, es quizá una de sus facetas más admirables cuando se la observa desde la distancia y sin prejuicios. 

“En los diez años que mediaron entre su primera presidencia y la aspiración de regresar a Miraflores, CAP nunca descansó, nunca abandonó su propósito de ser una figura internacional”

Gonzalo Barrios describió a Carlos Andrés Pérez como alguien a quien le faltaba un poco de ignorancia. A simple vista pareciera una chanza sobre un opinatodo, pero lo cierto es que CAP era un hombre lleno de curiosidad y de ansias por estar bien informado. Podía atreverse a hablar de energía nuclear o de física cuántica pero no decía nada impropio o desacertado. Esa década entre su primer y segundo gobierno la usó para aprender, para deslastrarse del rusticismo y de la estrechez de mente que era el estereotipo del ser adeco, y para encontrarse con otras mentalidades y otros conocimientos.

Cuando CAP nos presentó su gabinete a los miembros del CEN, el 15 de febrero de 1989, se mezclaron el asombro y el rechazo. Aquellos rostros apenas conocidos y aquellos discursos que ponían todo patas arriba: liberación de precios, liberación de intereses y muchas otras propuestas ambiciosas, eran un menú difícil de digerir para nosotros, simplemente adecos. Me confieso parte de ese colectivo partidista que no entendió nada del propósito de CAP de enmendar los errores de su primer gobierno, el del derroche de la Venezuela saudita. Y entonces se produjo el “Caracazo”, lo que siempre he creído fue el fin de la ilusión democrática. Sin el “Caracazo” no habría “notables” y sin “notables” y medios de comunicación que desataron una campaña destructiva contra el gobierno de CAP, tampoco habría ocurrido la intentona golpista de Hugo Chávez. El “Caracazo” obligó a CAP a retroceder en muchos de sus planes de gobierno. Aún recuerdo con un sentimiento de vergüenza ajena, el día que la Comisión Presidencial presidida por Ramón J. Velásquez presentó su informe con recomendaciones, ante las fuerzas vivas del país reunidas en el Salón Gran Mariscal de Ayacucho, de Miraflores.  Aquel informe era una colcha de retazos porque trataron de agrupar, sin selección, las recomendaciones de distintos sectores. De pronto Velásquez leyó: ¡Congelar el precio de la gasolina! Y esas fuerzas vivas: empresarios, dueños de medios de comunicación, parlamentarios, ministros, se pusieron de pie para ovacionar la recomendación. Todos los problemas del país, toda la furia destructiva del “Caracazo” se resolvería con esa medida.

No puedo eludir, como elemento que incidió en la autodestrucción acciondemocratista, el envío desde la presidencia en Miraflores hasta la Comisión de Contraloría de la Cámara de Diputados, presidida por Copei, de los expedientes que probaban el uso que había hecho el gobierno de Jaime Lusinchi de la partida secreta para apoyar, con compra de jeeps y otros aportes, a la campaña presidencial de CAP. Lusinchi había dejado la presidencia con un alto nivel de popularidad que en menos de tres meses fue destruida por gente de su propio partido. Se había instalado el afán de venganza de adecos contra adecos.

Y llegó el 4 de febrero de 1992. La intentona fue derrotada pero el germen quedó sembrado. Una semana después era Carnaval y con el habitual vivapepismo de la idiosincrasia venezolana, la mayoría de los miembros del Comité Ejecutivo Nacional o CEN de AD, se fue de vacaciones. Era presidente del Partido Humberto Celli quien convocó a una reunión extraordinaria a la que acudimos cinco o seis integrantes de la dirección nacional. De entrada, Celli propuso que le pidiéramos la renuncia a CAP. Como he dejado claro, el presidente Pérez ni era ni había sido santo de mi devoción, pero no había que ser demasiado lúcido para entender que Chávez no había insurgido solo contra un gobierno democrático sino contra la democracia misma. Pedir la renuncia a CAP y que lo hiciera su propio partido era ceder ante el golpismo. Desde ese día y en las tormentosas sesiones del CEN de AD que siguieron con la intención de defenestrar a Carlos Andrés Pérez, estuve de su lado. Y voté en contra de su expulsión del partido. Un día, para agradecerme, el presidente Pérez me invitó a desayunar en Miraflores. Su opinión sobre la dirigencia de AD, incluidos muchos de sus más fieles seguidores, era poco menos que despectiva. CAP se había elevado a otros planos del conocimiento, se había rodeado de gente más pensante que politiquera. Tenía otra visión del país y pocas expectativas sobre su partido, el mismo que lo había llevado a la presidencia por segunda vez.

Otra sentencia de Gonzalo Barrios referida a CAP, era que designaba a sus ministros de la siguiente manera: iba por la calle en su automóvil y alguien le nombraba la madre, entonces CAP le ordenaba al chofer detener el vehículo,  se bajaba, le preguntaba el nombre a quien lo había insultado y lo colocaba en un alto cargo. No podía imaginar Gonzalo Barrios, quien fue el proponente de Ramón Escovar Salom para el cargo de Fiscal General, que lo que decía como broma sería no solo realidad sino tragedia. Solo David Morales Bello advirtió que Escovar ocuparía el cargo para vengarse de la afrenta que CAP le hizo en su primer gobierno. CAP defendió la postulación de Escovar Salom con el argumento de que no se puede vivir de odios. Lo que siguió es ampliamente conocido. CAP hubiese preferido otra muerte, pero lo que nunca pudo imaginar, él que tanto ansiaba la gloria, es que gracias a la catástrofe chavista que él mismo vaticinó, su figura y su obra serían reivindicadas para la historia. 

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