Tras el suicidio de Eduardo Chibás, en Cuba se desencadenaron los sucesos que llevaron al poder a quién menos se esperaba.

El suicidio ocurrido en Cuba que cambió la historia de Venezuela (I Parte)

Un disparo que atronó en la cabina de una emisora de radio de La Habana en 1951 torció el rumbo de Cuba. El fundador del Partido Ortodoxo, Eduardo Chibás, el favorito para ganar las elecciones presidenciales previstas en la Isla para 1952. Orador brillante y exaltado, el entierro del líder fue la más grandiosa manifestación de duelo que se hubiera visto jamás en Cuba. La desaparición de Chibás allanó el camino para que Batista diera el golpe y que, luego, Fidel Castro ascendiera al poder. Así que ese suicidio, por esas fuerzas extrañas que mueven la historia, también terminó afectando de refilón a Venezuela, que se convirtió, bajo el chavismo, en un protectorado de Cuba.

Eduardo Chibás es un político dotado de un verbo impetuoso. Su lengua no emite fonemas sino chispas. Los cubanos esperan su programa de radio todos los domingos por la noche con gran expectativa. Como si se tratara de una decisiva pelea de boxeo. Donde estén. En los cafés. En los bares. En los carros. En sus casas. Lo que jamás pueden imaginarse los oyentes es que ese 5 de agosto de 1951 el orador de mil batallas sintácticas que tienen ante sí atentará contra su propia vida en pleno estudio del Circuito CMQ. Esta cadena viene de tener un éxito rotundo: ha conquistado el corazón de los cubanos con la radionovela El derecho de nacer de Félix Caignet. El senador Chibás se halla acompañado de varios de sus correligionarios, quienes lo siguen con el fervor que despiertan los líderes tocados con el aura del carisma. Entre ellos está el secretario general de la Juventud Ortodoxa, alguien que luego vendría a Venezuela en condición de asilado y que haría historia -para mal- en el sector financiero: Orlando Castro.

En esta esquina, Chibás, fundador del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). ¿Y en la otra? El ministro de Educación del gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-1952). Chibás ha acusado al funcionario Aureliano Sánchez Arango de graves hechos de corrupción. A él y a la administración del Presidente. Jura y perjura Chibás que se han embolsillado los fondos de la merienda escolar.  Que también le han metido mano al dinero destinado a comprar material para las escuelas. Y ha gritado que tiene las pruebas. Asegura que las evidencias están almacenadas en una maleta. Una maleta que lleva para todas partes como emblema de la herejía, pero que no abre jamás. Entonces sus contrincantes lo retan: que las muestre. Que saque las pruebas de su valija de prestidigitador. Sánchez Arango, incluso, acude a los tribunales. Demanda a Chibás por difamación. Dardos van y vienen. Sánchez Arango intenta salvar su honor por todos los medios. Está indignado.

“Con su muerte, Chibás había privado a la oposición política de su líder natural y dejado a su partido en un caos mayor que aquel en que estaba la República”

Guillermo Cabrera Infante, en su libro “Mea Cuba”

Son días de extrema tensión para Chibás. El 16 de julio el periódico El País publica una nota en la que anuncia que Chibás ha aceptado comparecer ante el Parlamento para ofrecer detalles de sus acusaciones. Pide que sus correligionarios ortodoxos no asistan al evento para evitar “claques”. El tribuno no quiere aplausos. Demanda alta concentración. Y resalta el diario: “Exige libertad de palabra y no admite más tribunal que el de la opinión pública. Afirma que estará a las 9:30 en punto, el próximo sábado, en el antiguo hemiciclo cameral”. Chibás incurre en lo que se conoce como publicidad engañosa. Tampoco muestra las evidencias. El 21 de julio vuelve a la carga. Declara con el ímpetu que le es propio, que ahora sí. Que tiene pruebas documentales “demoledoras”, las más importantes que se hayan presentado en la Isla en contra de algún funcionario. Las gradas caen presas de la excitación. “Son pruebas sensacionales”, agrega el denunciante en clave de intriga. Y lo deja hasta allí. Sigue en plan de ilusionista.

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El senador promete de nuevo, el miércoles 25 de julio, que presentará las pruebas ante las cámaras de televisión y ante la radio. La cita es para el sábado próximo a las 9 y 30 de la noche. Pero hay un giro. El 27 de julio el rotativo El Mundo publica el siguiente parte: “Tanto Unión Radio como la CMQ se han negado a televisar el acto ortodoxo del próximo sábado. (…) Chibás no ha logrado convencer a los magnates de la televisión para que transmitan su acto”. Nuevo Pueblo ratifica que le negaron a Chibás las cámaras de televisión: “El líder ortodoxo busca desesperadamente un lugar para el show”. Nadie lo toma en serio. Le niegan los salones de la Asociación de reporteros para que abra la maleta. La Asociación de Cantineros también esquiva darle tarima. Chibás ha vacilado tanto a la audiencia que ya no tiene lugar para presentar su performance. Todo este registro de la disputa lo documenta la hija de Sánchez Arango, Lela Sánchez, en un libro en defensa de su padre: La polémica infinita (2004).

El senador advierte que seguirá adelante con sus denuncias. Como si la lógica de su cerebro no admitiera la lógica de la realidad. Eleva el tono. Se queja. La maleta es su coartada. Un conato que no cesa. Chibás no se rinde:

A pesar de todas las dificultades que se me opongan (para que) yo presente ante el pueblo esas pruebas, no podrán evitar que yo convoque al pueblo para el Anfiteatro habanero, para allí, sin coacciones y sin tiempo limitado, exponer públicamente las pruebas que tengo contra el malversador Sánchez Arango”. El 29 de julio de 1951 -una semana antes de que Chibás accione su pistola-, el ministro de Educación, que ha tratado infructuosamente de que Chibás muestre los documentos que alega poseer, le asesta un epíteto en su programa de radio en CMQ: “¡Farsante! “.

Chibás se convierte en objeto de burlas. Los medios publican caricaturas suyas con la maleta. El ganado prestigio del senador -considérese que viene luchando desde 1927: formó parte del grupo de estudiantes que inició la resistencia contra el dictador Gerardo Machado– corre riesgo mortal. Chibás se refugia en su impetuoso verbo. Sigue insistiendo en que tiene el aval. Y no teme, por lo que se infiere, a hacer el ridículo. O Posterga. Cree, en medio de su delirio, que su palabra es ya una prueba. La gente, en la calle, le pregunta por la maleta. Llega el día de su último programa. Las gradas atentas porque puede haber una jugada de última hora. ¿Y si, finalmente, Chibás exhibe la joya de la corona? Algún número sacará para esta función. Es un hombre entrenado para el rating.

Las gradas claman por las pruebas. Hasta el día de hoy este tema es objeto de conjeturas. ¿Desaparecieron de su portafolio?, ¿se las prometieron y no se las entregaron?, ¿fue Chibás víctima de una trampa?, ¿no existieron nunca las pruebas? Según cuenta la hija de Sánchez Arango en su libro, su padre no dejó fortuna. Lela asegura que cuando su padre murió, en Miami, en abril de 1976, el partido venezolano Acción Democrática (AD) tuvo que sufragar los gastos del entierro. “¡Farsante!”, el epíteto retumba en la cabeza de Chibás. Y va por la revancha ese domingo 5 de agosto de 1951. El senador, que se sabe un boxeador a punto de ser noqueado, esgrime un argumento audaz. Dice que el Tribunal de la Inquisición le pidió a Galileo evidencias de que la Tierra se movía alrededor del sol. Y no las tenía, pero la Tierra giraba y giraba.

“Unos meses más tarde, Batista dio su infame, fatídico golpe de Estado que fue a la vez incruento y fácil porque el presidente Prío eligió no resistir, sus maletas siempre dispuestas a la fuga”

Guillermo Cabrera Infante, en su libro “Mea Cuba”

La disputa cobra oxígeno. Chibás prosigue con su exaltado discurso. Un discurso redondo cuya onda expansiva crece con la levadura de la emoción. El senador toma el revólver calibre 32 en pleno éxtasis retórico. Y se da un tiro en el bajo vientre. Emergencia en la estación de radio. Ya no hacen falta las pruebas. Ahora la noticia -la gran noticia- es Chibás. Pero los radioescuchas no saben lo que está ocurriendo cabina adentro. La vorágine ha ido arrastrando de tal modo al líder que este no se percata del tiempo que ha transcurrido desde que empezó a hablar. Se ha excedido. Y le han cortado el programa para cumplir con la pauta publicitaria. Fuera del aire, sin saberlo, el tribuno acciona el arma. La bala recorre el cuerpo del senador e impacta en el pie de un joven militante que se encuentra en el estudio de grabación. Chibás es trasladado a una clínica. Hacen de paramédicos Orlando Castro y Millo Ochoa. Los cirujanos lo operan. A los once días le sobreviene una hemorragia. Lo someten a una segunda operación. Muere en el quirófano.

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Circularon distintas hipótesis tras el episodio. Una de ellas apunta a que Chibás no tenía realmente el propósito de suicidarse. Lo que aspiraría más bien era a producir un golpe de escena. Distraer la atención de lo que era el tema central: las pruebas. O hacer un llamado para que los gobernantes de la Isla desterraran de su diccionario la palabra peculado. De hecho, su lema era: Vergüenza contra dinero. Y su símbolo, una escoba. En todo caso, las pruebas ya no serían el foco de atención. El foco sería Chibás herido. Una ofrenda a la patria. Un sacrificio para purificar a esa sociedad corrompida. Esta conjetura parte de un antecedente. En noviembre de 1939 se celebrarían las elecciones para escoger a los delegados de la Asamblea Constituyente. Chibás se postula como candidato. Gajes de la campaña: alguien atenta contra Chibás. Entonces corre el rumor de que el supuesto atentado no era tal. Chibás contra Chibás. Autoatentado. Chibás quiere los reflectores sobre él. Al precio que sea. El escritor cubano Newton Briones Montoto, en su libro titulado General regreso (2005), da cuenta de este suceso. “Se disparó un tiro a sedal como gancho electorero”. Parece ser que Chibás en alguna oportunidad le pidió a un amigo médico que le indicara cómo podía darse un tiro sin que sufrieran los órganos vitales. Conjeturas, conjeturas…

En ese último programa del domingo 5 de agosto de 1951, Chibás pronuncia un discurso que, visto en perspectiva, luce como todo lo contrario a una premonición. Porque Chibás ignora que su desaparición física torcerá irreversiblemente el futuro de su patria:

Por su posición geográfica, la riqueza de su suelo y la inteligencia natural de sus habitantes, Cuba tiene reservado en la historia un grandioso destino, pero debe realizarlo. Otros pueblos asentados en islas que no gozan de nuestra situación geográfica privilegiada han desempeñado en la historia un papel de preeminencia singular. En cambio, Cuba ha visto frustrado su destino histórico hasta ahora con la corrupción y ceguera de lujos de sus gobernantes”, dice el gran tribuno, a quien, por la potencia de su verbo, algunos equiparan con el colombiano Jorge Eliécer Gaitán. Y lo dice minutos antes de apretar el gatillo. Otra vez la frase, que resulta una triste ironía: “Cuba tiene reservado en la historia un grandioso destino”.

Hay, ciertamente, un sello histriónico en la personalidad de Chibás. Impulsivo. Pugnaz. Atrevido. Valiente. Efectista. Impetuoso. Histérico: su vehemencia lo despoja de toda calma. ¿Algún trastorno clásico de los que registran los manuales de psiquiatría? Quién sabe. Chibás forma parte de esa generación de políticos con una gran formación doctrinaria. Políticos capaces de dar un mitin en un programa de radio con una redondez envidiable. Nadie puede escamotearle eso. Su profesionalismo como orador. Su gran cultura. Su capacidad para organizar un partido y hechizar a las masas. Y ese profesionalismo no se ve atenuado ni siquiera cuando está a punto de meterse un tiro. Chibás no se salta su código de honor. Valiente para acusar. Valiente para mentir, aunque él crea que no miente. Porque, cierto es, Cuba está impregnada de corrupción por entonces. Y para Chibás todo el gobierno de Prío está empapelado de latrocinio.

“¿Quién llena la vacante? No, no va a ser Batista. Nadie puede sospechar quién aprovechará la cadena de sucesos que han ocurrido en la Isla”

El político dominicano Juan Bosch traza un perfil del senador en su libro Cuba, la isla fascinante (1955), que describe muy bien a Chibás. Bosch, archienemigo del dictador Rafael Leónidas Trujillo, vivió mucho tiempo exiliado en Cuba y conocía muy de cerca su realidad. Hombre de letras y de gran perspicacia psicológica, Bosch sale en defensa del senador: “Los partidarios de Chibás han cometido el error de achacar la causa de su muerte al cerco dialéctico, fríamente ejecutado, en que lo encerró Aureliano Sánchez Arango, por esos días ministro de Educación en el gabinete de Prío Socarrás. En realidad, el suicidio del líder ortodoxo fue causado por esa incontenible y creciente descomposición que iba adueñándose del país. El propio Chibás, como todo el mundo en Cuba, resultó objeto de la marea producida por la efervescencia general. Habiéndose desatado en el ánimo del cubano una especie de cólera, o de ardiente impaciencia, si se quiere, encaminada a transformar la moral pública, llegó el momento en que de la acusación de deshonestidad se hizo un arma habitual”.

Y esta es la parte más conmovedora del retrato que hace Bosch:

Tenía conciencia de que había lanzado una acusación falsa: además, tenía conciencia de que ese error iba a costarle popularidad. Y resultaba que para Chibás solo una cosa tenía valor: la popularidad. El único estímulo de su vida consistía en la adoración del pueblo. Le era indiferente tener o no tener dinero; le era indiferente tener o no tener poder o posición. Como todos los verdaderos dirigentes políticos, era un solitario en medio de la multitud. Le sobrevino la fatiga mental, y de pronto, la sensación de que perdía la fe del pueblo. Su alma fue súbitamente trabajada por una falsa conciencia de fracaso, por la idea de que su vida había sido y era inútil. Durante algunos días luchó contra la fuerza que lo dirigía a la autoinmolación. Pero al fin esa fuerza se impuso, y el gran agitador, vencido por sí mismo, expresión cabal del mar de fondo que agitaba a su pueblo, se lanzó al suicidio”.

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Chibás fundó en 1947 la tolda política en la que militó hasta que murió. Era una escisión del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). De manera que Carlos Prío Socarrás había sido en el pasado su compañero de luchas. Pero ahora el Presidente era su adversario. La presa que deseaba. Prío le había ganado las elecciones presidenciales a Chibás en 1948. Chibás lo atacaba furiosamente.  También a su antecesor, Ramón Grau San Martín (1944-1948). A los dos los despachaba con el calificativo de “corruptos”. Vale la pena, sin embargo, sopesar qué tanta razón tenía el senador inmolado. Bosch señala que, si bien en el gobierno de Grau se produjeron sustentadas denuncias de turbios manejos de la hacienda pública, también es verdad que durante su mandato Cuba logró notables avances en materia económica y social. Asimismo, se desarrolló un ambicioso plan de obras públicas y hubo irrestrictas libertades públicas. Bosch argumenta que fueron precisamente esas conquistas del Partido Auténtico las que le permitieron volver a ganar las elecciones de 1948 con Prío Socarrás como candidato.

“¿Y quién es él? Ha aparecido en una foto con el gran Chibás. Una foto en la que el líder -micrófono en mano- está rodeado de algunos de sus correligionarios. Uno de ellos, uno solo, usa corbata”

En cuanto a este último, el político dominicano esboza el siguiente perfil: “Alto, de cabeza encanecida, perfil judaico y sonrisa fácil, con conocimiento de los problemas del Estado y habilidad política, pero sin temperamento de gobernante, mantuvo las conquistas sociales de su predecesor, amplió su plan de obras públicas, sostuvo el prestigio internacional de Cuba y las libertades democráticas y creó instituciones fundamentales, llamadas a afirmar el desarrollo económico del país y a garantizar la honestidad administrativa. Aunque algunos se enriquecieron, es lo cierto que el mayor número de los ministros y de los hombres que le rodearon volvieron a sus hogares o pobres o sin haber aumentado sus fortunas. Sin embargo, de la campaña moralizadora se hizo un instrumento político, y la pasión llevó al pueblo a pensar que todo aquel que entraba al palacio presidencial a charlar, siquiera, con el presidente salía de allí enriquecido”. Bosch agrega:

El Gobierno y sus adeptos se dejaban ganar por la campaña de sus adversarios. Como es lógico, tal estado de cosas agravaba la efervescencia social y política. Dirigida por un líder de asombrosa combatividad, una gran fracción del ‘autenticismo’ había puesto tienda aparte y crecía a ojos vista. A mediados de 1951, nadie ponía en duda que las elecciones próximas serían ganadas por el nuevo partido y su líder, Eduardo R. Chibás, a quien el pueblo llamaba simplemente Eddy. Pero Chibás se dio un tiro, al terminar uno de sus habituales programas de radio dominicales, y murió el 16 de agosto de ese año. Su entierro fue la más grandiosa manifestación de duelo que se vio jamás en Cuba”.

El orador estrella ha contribuido con su suicidio a despejar el camino para que Fulgencio Batista se monte en el poder. Estamos a marzo de 1952 cuando se produce el golpe de Estado. Faltaba poco para las elecciones. Y Prío Socarrás, quien había participado en las luchas estudiantiles de los años ‘30 contra la dictadura de Gerardo Machado, quien había participado en la conjura que depuso a este dictador, quien había contribuido en la gestación del Partido Revolucionario Auténtico, ese cuarto bate de la política, se marchó al exilio. Cuba era un nido de intrigas. De acusaciones. Lo que tampoco se imagina nadie es que este hombre sin temperamento para gobernar terminará armándose de un valor inusitado para poner -también- fin a su propia vida. Un disparo al corazón. Pero este es un suceso muy posterior. Ocurre en abril de 1977. Disparos. Disparos: el suicidio forma parte de la cultura cubana. Regresemos. Estamos con Chibás. Estamos en 1951. ¿Quién pasa a ocupar la vacante que deja el brillante tribuno? Emilio “Millo” Ochoa. Había sido uno de los 81 constituyentistas que redactaron la Constitución promulgada en junio de 1940, senador durante el período 1940-1948 y fundador junto con Chibás del Partido Ortodoxo. Ochoa tomará las riendas de la organización, pero carece de la aureola de Chibás.

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¿Quién va a capitalizar en lo inmediato ese estremecimiento que se produce en la Isla? Batista, claro. Pero Batista va a ser apenas un inciso. El verdadero génesis del totalitarismo rojo -al contrario de lo que tiende a creerse- no va a ser la dictadura de Batista. Lo que tuerce el destino de Cuba es la inmolación del fundador del Partido Ortodoxo. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, en uno de los ensayos incluidos en su libro Mea Cuba, señala: “Chibás era hasta ese momento el político más popular jamás habido en Cuba, incluyendo al doctor Grau y al general [Mario García] Menocal, ambos presidentes, ambos caudillos impolutos devenidos hombres venales en la presidencia. Eddy Chibás, al revés de los líderes que le precedieron, era un hombre honrado (…), un político honesto movido por una obsesión dominante: la absoluta honestidad pública. Sabía que había que limpiar los establos de Augías cubanos y se presentaba como el único Hércules posible. Ese fue su error: nominar para una tarea hercúlea a un hombre que era emocionalmente incapaz de hacerla: a sí mismo. Chibás no era muy estable emocionalmente y su apodo del Loco parecía a veces ser más que un mote o un motto [lema]”. Cabrera Infante agrega:

Es evidente (antes y ahora) que de no haberse suicidado Chibás hubiera sido imposible para Batista (o cualquier otro) dar un golpe militar al presidente Prío, a menos que se eliminara antes a Chibás y a Prío. Batista nunca se hubiera atrevido a tanto. Ese madrugonazo convirtió la precaria legalidad del Gobierno de Prío en una absoluta ilegalidad bajo Batista. Como en una cadena de reacciones, pocos meses después del golpe de Estado batistiano, [ocurrido] el 10 de marzo de 1952, Fidel Castro asaltaba el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba en un acto calculadamente suicida. Digo calculadamente porque nada que haya llevado a cabo Fidel Castro está libre de cálculo, a pesar del riesgo. Todos los dirigentes de la acción del Moncada murieron, menos Fidel Castro. Los muertos, naturalmente, fueron los suicidas. El ataque al Moncada (como el asalto al Palacio Presidencial en La Habana el 13 de marzo de 1957) fue un fracaso militar, pero, al revés del asalto al Palacio, fue un triunfo político. Después del 26 de julio de 1953 todo sería historia en Cuba, historia brutal, sangrienta, inevitable”.

“Un joven de 24 años que milita en el Partido Ortodoxo, y que arrastra antecedentes gansteriles, se va a adueñar del podio”

Batista ya había sido presidente constitucional durante el período 1940-1944. Es precisamente bajo su mandato cuando se aprueba, a su pesar, la Constitución de 1940. Luego, se sabe, gana las elecciones Grau San Martín y le sigue Prío Socarrás. Batista aspiraba nuevamente al poder para las presidenciales de 1952. Pero no tenía suficiente respaldo popular como para salir victorioso. A escasos 82 días de que se celebraran los comicios que le darían continuidad democrática a un pueblo que apenas ensayaba lo que era la libertad (Cuba fue el último país de América en alcanzar su independencia de España, en 1898, y luego de eso fue colonia de Estados Unidos hasta 1902), Batista da el zarpazo. Pero no era un titán militar ni un líder carismático. Nada de eso. Lo que abre las puertas para que se produzca el acto de fuerza es una conjunción de factores: intrigas en las fuerzas armadas, el vacío que deja Chibás, las graves denuncias de corrupción que se han aireado contra el gobierno de Prío, entre otras razones.

Cabrera Infante hace un comentario sobre el cuartelazo de Batista y el clima político que reinaba en la Isla para entonces en Mea Cuba:

De haberlo querido, el Partido Ortodoxo se habría hecho ese día con el poder: el propio Prío tenía ya las maletas listas para la fuga. Pero, como Chibás, los ortodoxos eran todos hombres legalistas que creían en el valor del voto y en la decisión electoral. Las armas eran para los militares y, ocasionalmente, para el suicidio ejemplar. Con su muerte, Chibás había privado a la oposición política de su líder natural y dejado a su partido en un caos mayor que aquel en que estaba la República ahora. Así, unos meses más tarde, Batista dio su infame, fatídico golpe de Estado que fue a la vez incruento y fácil porque el presidente Prío eligió no resistir, sus maletas siempre dispuestas a la fuga”.

La pregunta. La gran pregunta. La de rigor: ¿Quién llena la vacante? No, no va a ser Batista. Nadie puede sospechar quién aprovechará la cadena de sucesos que han ocurrido en la Isla. Un joven de 24 años que milita en el Partido Ortodoxo, y que arrastra antecedentes gansteriles, se va a adueñar del podio. Lo va a acaparar con un proyecto revolucionario que se quedará empotrado en la Isla. Este otro tribuno montará un sistema que al día de hoy ya va por su año 63. ¿Y quién es él? Ha aparecido en una foto con el gran Chibás. Una foto en la que el líder -micrófono en mano- está rodeado de algunos de sus correligionarios. Uno de ellos, uno solo, usa corbata.

Ese hombre de la corbata se va a convertir en el amo absoluto de Cuba. Y después hará de Venezuela su protectorado. Cabrera Infante dice:

La oportunidad de que Fidel Castro -entonces líder estudiantil sin nombre, político de poco porvenir electoral y siempre un pandillero- pudiera aglutinar la resistencia armada contra Batista comenzó de veras el 5 de agosto de 1951. Ese domingo dulce de verano se suicidó en un estudio de la radio habanera Eduardo Chibás”.

¿Cómo logra este abogado recién egresado de la Universidad de La Habana, hijo de un acomodado hacendado gallego y de una ex doméstica de gran ambición ocupar la vacante que ha dejado en Cuba el gran Chibás, ese líder que todos los domingos acapara la audiencia del Circuito CMQ, un orador cuyas acciones se hallan inscritas en la misma pizarra donde aparecen las de El derecho de nacer? En la próxima entrega: el ascenso al poder del joven de la corbata.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.