Chatarra
Marcos Pérez Jiménez fue un dictador abominable, pero nunca visitó la Ciudad Universitaria ni de día ni de noche. Jamás les negó el presupuesto a las autoridades, monto que él mismo aprobada, de manera que todo ese conjunto era ejemplar en su mantenimiento y aspecto. “Es triste tener que admitir que hay dos tipos de dictaduras, unas que construyen al mismo tiempo que reprimen y otras que reprimen pero destruyen”. ¿Llamar chatarra a la UCV? No porque no sea cierto que a fuerza de negarle los recursos que le corresponden su deterioro es lamentable, sino porque todo el país, toda Venezuela hoy es una chatarra.
Sorprenderse por algo en la Venezuela bajo la bota más militar que cívica del madurismo, es cada vez más difícil. No habíamos terminado de digerir la visita nocturna de Delcy Rodríguez al Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, con abuso de autoridad y violencia incluidas, cuando esta funcionaria regresó a la Ciudad Universitaria y nuevamente de noche, pero esta vez acompañando a Nicolás Maduro, a Cilia Flores y a otros de inferior jerarquía en todos los sentidos.
La primera y obligante pregunta es por qué de noche. No parece tan difícil responderla: a esas horas el lugar visitado está desierto, así los indeseables visitantes se evitan abucheos y otras incomodidades. Pueden andar a sus anchas lo que les resulta imposible hacer en ningún otro espacio del país que no sean los bunkers donde se protegen.
La segunda es de respuesta algo más complicada: aquel que funge como Presidente declaró que la UCV era una chatarra, que su deterioro la asemejaba al Retén de Catia. ¿Cómo pudo apreciar tantos detalles en medio de la oscuridad nocturna?, ¿cuántas horas estuvo recorriendo las distintas escuelas, facultades y demás instalaciones?, ¿se llegó acaso hasta el Hospital Universitario donde las carencias de medicinas y equipos son el lamento diario de médicos, personal sanitario y enfermos? Allí sí es verdad que el calificativo “chatarra” vendría como anillo al dedo.
Ver a Nicolás Maduro sentado en un pupitre, con las abogadas Cilia y Delcy a uno y otro lado, para desde allí calificar de chatarra a la Universidad Central de Venezuela en su conjunto, resulta ofensivo para quienes nos sentamos en esos pupitres para aprender y obtener un título. Hablo en primera persona para recordar que ingresé al primer año de Derecho de la UCV en octubre de 1954. Era el segundo de la reapertura de la Universidad clausurada por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y del estreno de la Ciudad Universitaria. Imposible describir la emoción de quien era una adolescente de 17 años por vivir esa experiencia.
En aquella época y desde nuestro quinto año de bachillerato en el Liceo Andrés Bello, una de las costumbres más arraigadas era descubrir quién era el espía del salón. Más de una vez hubo inocentes que cargaron con ese sambenito. Pero en el primer año de Derecho de la UCV, sección A, año lectivo 1954-1955, resultó tan fácil como en el chiste margariteño de Salazar el Espía. Había un hombre de unos treinta y tantos años que llegaba a clases con sombrero y una gabardina en el brazo, se sentaba en la última fila, su nombre no aparecía en la lista y su comunicación con nosotros se limitaba a una leve sonrisa. ¿Había miedo? Claro que si, sabíamos de presos y torturados, incluso algunos muertos, aunque nunca en el número que ha provocado la segunda dictadura que nos ha tocado padecer después de 40 años de democracia.
Cuando se reabrió la UCV en febrero de 1958, en mi ya cuarto año de la carrera, se incorporaron compañeros que habían estado presos o exiliados. Fue una explosión de alegría. Creímos entonces que nunca jamás.
Pérez Jiménez fue un dictador abominable como lo son todos. Pero nunca visitó la Ciudad Universitaria ni de día ni de noche. Jamás le negó el presupuesto a las autoridades, que él mismo había aprobado, de manera que todo ese conjunto era ejemplar en su mantenimiento y aspecto. Y jamás se habría atrevido a compararlo con una chatarra porque su ego se alimentaba con las obras públicas que había realizado y mostraba como “únicas en el mundo”.
Es triste tener que admitir que hay dos tipos de dictaduras, unas que construyen al mismo tiempo que reprimen y otras que reprimen pero destruyen. Llamar chatarra a la UCV es más que cinismo una desfachatez. No porque no sea cierto que a fuerza de negarle recursos y de atropellarla su deterioro es lamentable, sino porque todo el país, toda Venezuela es una chatarra por efecto del saqueo cometido por los voraces socialistas, sumado a la incapacidad de los funcionarios nombrados por amiguismo y no por experticia.
Dos servicios básicos, agua y electricidad, son el Vía Crucis de la mayor parte del país. Las autopistas y carreteras son en su mayoría intransitables. El país petrolero por excelencia, cuya PDVSA era una empresa estrella en el mundo, hoy sufre escasez de gasolina y gas doméstico. Y para coronar el grado de chatarrismo a que nos ha llevado el chavomadurismo, 6 millones de venezolanos han huido de este desastre que ha traído hambre, desempleo, inseguridad personal y miseria absoluta.
Su gobierno es una chatarra Nicolás Maduro, y lo son todos y cada uno de los funcionarios civiles y militares que usted ha designado para terminar de chatarrizar a Venezuela.