¿El fin del chavismo justifica los medios?

El debate ideológico es un lujo que Venezuela no puede permitirse. A la diestra o a la siniestra, la única moral válida es la que conduzca a la caída de Nicolás Maduro y al desmantelamiento del narcoestado chavista.

Para muchos venezolanos en el exilio, el espectro ideológico del país es un carrusel de espejismos. Por ejemplo, ¿cómo explicarle al nacional del país donde uno es extranjero que, aun siendo el chavismo un gobierno de izquierda, esto no significa que la oposición —específicamente María Corina Machado— sea de derecha? ¿O que apoyar lo que Donald Trump le está haciendo a la dictadura de Maduro no me hace automáticamente trumpista?

Sucede que, en el caso venezolano, hace rato que las definiciones ya no alcanzan. No porque los conceptos estén equivocados (¡faltaba más!), sino porque sus contenidos se agotaron.

Llegados a esta encrucijada, la complejidad de ser venezolano y migrante pasa también por la necesidad —o el deber; depende de quién lo lea— de mostrarle al nacional que la extrapolación ideológica es una soberana estupidez, una omertá ideológica, un panfleto labiero, un corsé intelectual.

Dicho esto, resulta más urgente que necesario diferenciar entre la política y el ejercicio político: una es la ética de mi pensamiento, la moral que habito; el otro es la acción, el pragmatismo despojado de pureza ideológica y de los alcances de su efecto.

En ese sentido, así como mi posición política me sitúa más cerca de los valores demócratas que de los republicanos, el ejercicio político me encara con la objetividad de los hechos, tales como la administración de Joe Biden liberando a Alex Saab y a los narcosobrinos por un lado; y la administración de Donald Trump poniéndole recompensa a las cabezas de Maduro y Cabello, mientras tiene a la milicia estadounidense a punto de derrocar al régimen responsable de la destrucción de Venezuela y que amenaza al resto de la región.

El chavismo es una organización criminal

Más allá de cualquier apreciación personal, nadie puede discutir que Donald Trump ha sido el único primer mandatario en tratar al chavismo como lo que es: una organización criminal con dos grandes franquicias: el Cártel de los Soles y el Tren de Aragua.

Aun así, haciendo gala de una soberbia e ingenua ceguera axiológica, ciertos sectores de la izquierda internacional insisten en considerar al chavismo un gobierno legítimo amenazado por el “imperialismo”. Y los más osados, incluso, se atreven a negar la existencia del Cártel de los Soles y la internacionalización del crimen “made in Venezuela”.

Por lo tanto, el ejercicio político me obliga a mirar los hechos más allá de mis propias reservas ideológicas. Desconozco —yo y todos— la totalidad de las motivaciones reales de Donald Trump para perseguir a Maduro, fuera de su retórica de seguridad interna. Pero más allá de mis (tus) diferencias con su agenda global, la realidad venezolana no admite más purismos ni diplomacias.

Erradicar la estructura criminal que es el chavismo no es solo un paso crucial para la seguridad de Estados Unidos; es, ante todo, la única puerta de salida tras casi tres décadas de horror y terrorismo de Estado.

El primer día sin el chavismo en el poder será el primer día del resto de la historia para una Venezuela que no aguanta más oprobios.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.